Probablemente la edad de oro de Hollywood y la etapa de posguerra que dio origen al neorrealismo italiano nunca estuvieron tan hermanadas como a través de estas dos joyas del cine, pocas veces vistas y pocas veces juzgadas por la prensa especializada. Tanto la una como la otra cuentan historias crueles, llenas de desesperanza, sobre la infancia y la juventud en tiempos de penuria. Sin embargo, intenciones y resultados no siempre van de la mano y las diferencias entre ambos tipos de cine son bastante notables. Una cosa si tienen en común: la maestría de sus narradores y el valor de mostrar esa edad de ilusiones como un gran infierno relacionado directamente con el aparato económico de dos países muy diferentes.
WILD BOYS OF THE ROAD (1933): **** 1/2
La película de Wellman, al que nunca se consideró más que un artesano aventurero (de ahi su apodo «Wild Bill») que expresaba sus quiméricas bravuconadas en forma de celuloide y sin un estilo definido, es quizá una de sus obras más personales, si es que alguna vez las tuvo. La historia de dos amigos que ven como su feliz mundo de fiestas a ritmo de jazz y de filtreos con chicas se vienen abajo con el desempleo de sus padres y la quiebra económica, es una road movie que se acerca a la propia juventud itinerante de Wellman. Los dos jóvenes de la cinta se cuelan en el tren y se unen a un grupo de vagabundos juveniles que buscan trabajo, se escabullen de la policía y tratan de sobrevivir en un mundo que se destruye al mismo tiempo con destruirlos también a ellos.
Lo curioso de esta cinta protagonizada por Frankie Darro(que años después colmaría su popularidad siendo el doblador de ‘Polilla’ uno de los personajes más populares del «Pinocho» de Disney) es que, un año antes de la implantación del Código Hays, habla de temas escabrosos y muestra la dureza de la Gran Depresión que afectó a Estados Unidos a través de una fotografía hiperrealista que no es ajena al rodaje en exteriores denostados por la pobreza. Además, aunque intenta evitar dejar mal al aparato policial y con ello a todo un país que depositaba su confianza en sus instituciones, uno no puede evitar sentir la presencia de esa masa anónima de hombres armados como un ente negativo. La prueba más palpable de esa visión de conjunto de los policías es el hecho de que tan sólo tengan dos líneas de diálogo en toda la película («Yo también tengo hijos», le dice un compañero a otro mientras dispersan a los chicos a través del agua) Precisamente esa secuencia finaliza con el plano de la pierna ortopédica de uno de los chicos protagonistas tirada en el suelo, todo un símbolo de la desesperanza. A ese momento clave para entender la película, rodado con una gran precisión y con un enorme dominio en las escenas de masas, lo precede otro no menos cruento: la terrible secuencia en la que nos toca ver cómo ese chico pierde la pierna a manos de un tren; secuencia ésta que, por su montaje y uso de los primeros planos, envidiaría el mismísimo Hitchcock. Ni siquiera el impostado final feliz puede arruinar momentos así, que dan forma a una de las películas más duras y más originales que se hayan rodado jamás sobre la Depresión.
«EL LIMPIABOTAS» (1946): *****
Aunque VittorioDe Sicafuese uno de los grandes maestros del cine italiano, pocas veces se le incluye en listas de prestigio que sí cuentan con nombres como los de Federico Fellini o Luchino Visconti. En ese aspecto seguramente tiene mucho que ver con William Wellman. Sin embargo, el neorrealismo italiano estaba lejos de cualquier atisbo hollywoodiense. Esta película la protagonizan también dos chicos, pero éstos limpian botas a los norteamericanos que pululan por una Italia de posguerra y su gran sueño no es el de devolver el trabajo a sus padres sino el de comprar un caballo que se convertirá en la gran metáfora de su libertad y sus ilusiones.
Nada más comprar ese caballo, los dos niños se verán envueltos en una trama de corrupción para vender unas mantas procedentes del mercado negro a una incauta señora. Eso hará que pasen sus días en un reformatorio penal y que el espectador vea las míseras condiciones en las que vivían los pequeños que pasaban por allí. Hambre, necesidad, falta de afecto…con todo eso se las tendrán que ver. Incluso su amistad se acaba rompiendo ante el chivatazo de uno de ellos, lo cual hará que se conviertan en enemigos acérrimos y que uno acabe destruyendo al otro en una de las escenas finales más poéticas y tristes que se hayan visto jamás en la gran pantalla. En ese final, rematado por un plano del caballo de los niños cabalgando solo en plena noche, los sueños rotos no son solamente los de ellos dos, sino los de todo un país. Lo mejor de la película de De Sica es que no se ceba en nadie, los dos actores, Franco Interlenghi y Rinaldo Smordoni, aparte de ser dos magníficos actores no profesionales no son buenos ni malos, y los encargados de mantener el orden en la prisión se debaten entre la dureza del cargo y la fe ciega en la ley sin caer en el maniqueísmo caricaturesco de los alemanes de «Roma, ciudad abierta» (ejemplo de una película clave del neorrealismo con muchísima mejor prensa que ésta). A veces se ha discutido la valía de esta obra maestra por cuestiones absurdas. El efecto poético de su final rodado en decorados, el uso de la banda sonora o de las grúas metafóricas en las escaleras de la prisión han sido vistos como recursos formales ajenos al realismo puro y duro del movimiento neorrealista, como si una obra de arte tuviese que adscribirse ciegamente a cualquier dogma. «El limpiabotas»es, fuera de toda duda, una de las grandes películas del movimiento a la par que un magnífico y desolador retrato social que encuentra poesía en lo mundano y alcanza una emoción universal ajena a épocas o a movimientos cinematográficos. Alcanza la verdad de los sueños rotos de la infancia, de la amistad corrompida por la sociedad; la de la destrucción del alma más sensible que existe: el alma de un niño.