Una de las grandes apuestas del cine francés de este año, La princesa de Montpensier, nueva incursión de Bertrand Tavernier en el cine histórico, ha sido ampliamente reprobada por los críticos presentes en el Festival de Cannes. Algo mejor les ha caído Un homme qui crie, una cinta llegada de la escueta cinematografía de Chad.
El País, Carlos Boyero
Un Tavernier espeso y decepcionante
La princesa de Montpensier
Tavernier, que había demostrado su capacidad para recrear el pasado extrayendo conclusiones demoledoras, aquí se pierde en un argumento espeso y grandilocuente, narrando de forma plana y académica la historia de una aristócrata a la que su padre obliga a dejar al hombre que quiere para un matrimonio de conveniencia con el príncipe de Montpensier (…). Diálogos, situaciones y personajes están forzados o resultan previsibles. La retina puede distraerse con los hermosos paisajes y el esforzado realismo de las batallas, pero la intriga sentimental y política resulta bastante fatigosa. Es cine impersonal, con aroma a teatro rancio, algo lamentable al venir firmada por un hombre que ha demostrado suficientemente su autoría en una obra memorable.
Un homme qui crie
Un hombre que grita, dirigida por Mahamat-Saleh Haroun, representa a Chad, una cinematografía de la que teníamos escasas o nulas noticias. Cuenta de forma intimista y veraz la desolación de un anciano, antiguo campeón de natación, que ha sobrevivido a las continuas guerras civiles y ha logrado su anhelo de mantenerse como portero en un hotel de lujo, cuando el gobierno le exige un dinero que no tiene o la inscripción de su hijo en el ejército para combatir a los revolucionarios. Rodada con medios primitivos, es una película eficaz y sensible que transmite la dureza ambiental de un país en eterna crisis, devastado continuamente por los señores de la guerra.
El Mundo, Luis Martínez
La historia vista de cerca según Tavernier
La princesa de Montpensier
Tavernier es, y ejerce de, moderno. Su puesta en escena no conoce más planificación que el sentido en el que la historia respira. No hay tramas que se interrumpan con intención de hacer salivar al espectador. No hay intriga más allá de la propia tensión de un relato que avanza como un torrente o, por usar un término más cercano, como un pasodoble. Todo seguido. Y, en este momento, se abre la columna del debe (…). La princesa de Montpensier se antoja un relato estancando, casi muerto, en el transcurrir mecánico de unas escenas perfectamente previsibles. Y, cuidado, la culpa no es de la historia. El guión apenas deja que los personajes se expliquen o hagan dudar al espectador. Falta la emoción y el ritmo de la pasión, que no es otra cosa que una aventura vivida hacia adentro. Todo lo que ofrece la película de Tavernier es un largo y premioso retrato de, se quiera o no, época. Cartón-piedra emocional. Mal asunto: lo que se quiere evitar es lo que se consigue. Ni el siempre agradecido recurso a la batalla o los duelos de espadas funciona. Y eso, sí que es pura masacre. Duele.
Un homme qui crie
Como si se tratara de un versión polvorienta y doliente de El nadador (Frank Perry, 1969), el protagonista de esta historia se resiste a todo, a la barbarie y al horror, agarrado a lo único que tiene: su propia dignidad. Y, claro, la dignidad trae problemas. Y también duele. Rodada con una sencillez transparente, la cinta navega entre el primitivismo y la luz. Lo primero es malo. Lo que se permite a chadiano, no se permitiría nunca a un realizador del otro mundo (el primero). Y esto es triste. Hablamos de un paternalismo muy cerca de, admitámoslo, el racismo. Lo segundo, la luz, es sencillamente un milagro. Algo de las dos cosas (la sensación y la culpa) tiene esta película condenada de forma injusta a desaparecer. O no.
Abc, Oti R. Marchante
El melodrama histórico y novelesco de Tavernier
La princesa de Montpensier
(Tavernier) se ha hecho una película, y larga, pero se podría haber construido una teleserie de varias temporadas. Caballos, cabalgadas, batallas, escaramuzas, vestuario, masas, protagonistas amontonados pidiendo plano, intrigas y un fondo histórico algo deshilvanado pero romanesco y peliculero… Una película muy complicada, en suma, para un veterano del cine como Tavernier, un relojero de esto, y que consigue colocarla con todas sus piezas en la pantalla. Encabezados por el curtido Lambert Wilson, un enjambre de la última generación de actores franceses nos brindan la función, que consiste en que todos se miran encanallados entre ellos y encendidos a la actriz Mélanie Thierry, con aspecto de postre recién hecho. En fin, de la película no se aprende gran cosa sobre los hugonotes, pero, en cambio, algo sí de las urdimbres de la pasión y los celos.
Un homme qui crie
Un hombre que grita tiene todas las virtudes de un cine manufacturado, de taller, pues recoge el pálpito de Yamena, la capital, y la autenticidad de sus personajes y gentes, pues todos son lo que son, pero también deja traslucir un exceso de ingenuidad de cámara, de texto, de interpretación y de argumento, y su exceso de corazón sólo es comparable a su falta de piernas. El resultado es, a pesar de todo, muy cercano y respetable, y acaba uno impregnado con algunos momentos de la historia y en especial ése en el que Djénéba Koné, que interpreta a la joven novia del hijo, canta “a capella” una canción para mandársela grabada al frente.
El Periódico, Nando Salvá
Tavernier naufraga en Cannes con una sosa película de época
La princesa de Montpensier
Tavernier usa la matanza como vehículo para una historia de pasión, celos, ambición, traiciones y venganza, la de una joven cortesana obligada a renunciar al hombre que ama para casarse por motivos políticos (…). Pese a que ayer el director insistiera en la modernidad de su mirada, en la vigencia de su mensaje, la película despide un espeso tufo a naftalina o, peor, a muerto. Por los rincones de su narración se acumula el mismo tipo de moho que producen las aguas estancadas, porque en realidad su relato también parece empantanado, no avanza. Resulta casi imposible apreciar que la cronología del filme se extiende a lo largo de más de una década, porque las intrigas amorosas resultan repetitivas, tediosas, la puesta en escena puramente funcional y la perspectiva histórica nula. Muy mal.
Un homme qui crie
Como la de Tavernier, también sitúa en su epicentro una historia de amor imposible, pero esta no es entre un hombre y una mujer sino entre un hombre y una piscina. ¿Se acuerdan de El nadador, con Burt Lancaster? Pues algo parecido pero ambientado no en jardines de mansiones pijas sino en el Chad actual, convulso y azotado por la violencia. Pese a que logra una gran pegada emocional partiendo de una pasmosa simplicidad narrativa, sobre todo sirvió para recordar la manga ancha mostrada por los festivales ante el rudimentario cine del Tercer Mundo, al que permiten y hasta aplauden lo que no aceptan al del Primer Mundo.
La Razón, David Carrón
Tavernier, suspenso en historia
La princesa de Montpensier
La princesa de Montpensier nunca hubiera entrado en esta competición si su director no se llamara Bertrand Tavernier, una de las vacas sagradas del cine galo. Es una apuesta comercial en toda regla a pesar de sus dos horas y veinte de metraje; no hay rastro de la denuncia social que marca sus filmes (si acaso, un poco de rebeldía por parte de la protagonista, una princesa del siglo XVI que no quiere casarse por encargo), ni del dramatismo propio del realizador de Hoy empieza todo. Tampoco supone una preocupación principal para Tavernier profundizar en el contexto, es decir, el conflicto entre hugonotes y cristianos, quizá porque el cine francés ya lo ha hecho muchas veces y quería ahorrarnos el trago.
Un homme qui crie
Un hombre que grita, de Mahamat-Saleh Haroun, (…) logra construir una fábula universal desde ese oscuro rincón de África sin apenas rodar en interiores, con diálogos directos y silencios tan terribles como esas vidas. La guerra, tan cotidiana como la ausencia de colchón en el dormitorio, se hace presente a través de ecos de disparos en el «resort» donde trabaja el protagonista, un antiguo campeón de natación que ha cuidado la piscina del hotel y a sus clientes como si fuera la suya propia, la que nunca va a poder tener en casa. En estas que la privatización asoma y la nueva dirección decide relevarlo en el puesto por su propio hijo. La indignación y su incapacidad para expresarla explotan el día que entrega al joven a los rebeldes para que ingrese en sus filas como un soldado más. El resto pueden imaginarlo.