Atom Egoyan desaparece en la vulgar ‘Condenados’

La penúltima jornada competitiva de este Festival de San Sebastián viene marcada por el crimen y, sobre todo, sus huellas. Si ayer mismo Un largo viaje hablaba de la reconciliación entre víctima y verdugo, hoy Condenados y For Those Who Can Tell No Tales hablan del proceso del duelo. Con muy distinta suerte.

Nadie esperaba que puesta en manos de Atom Egoyan, Condenados (Devil’s Knot) fuera una película vulgar. La cinta está basada en la historia real de la desaparición y asesinato de tres niños en lo que la policía sospecha que es un ritual satánico del que son acusados tres jóvenes del pueblo sólo con pruebas circunstanciales y chismorreos de pueblo, el mismo caso que la trilogía documental Paradise Lost. Con todo ese lúgubre aunque interesante material, Egoyan sólo es capaz de vertebrar medio episodio de una serie tipo CSI. Medio por su duración –que es la de un largometraje estándar- sino por su abrupto final, con el relato por la mitad y finiquitado en dos largas tantas de sobretítulos.

Por el camino Condenados se desdobla en un insulso thriller sobre la desaparición de los chavales seguido de una anodina película de juicios. Intuimos que la investigación se hizo con premura y queriendo calmar a la opinión pública, aunque no es ahí donde Egoyan pone el acento. Más bien le interesa el trabajo paralelo desarrollado por un investigador privado emperrado en corregir los errores de la policía pero a quien nadie hace mucho caso. Pero lo cierto es que no sólo los abogados le ignoran, tampoco el realizador termina de apostar por él, pese a contar con un esforzado Colin Firth tratando de mantener un discreto acento sureño.

Reesse Witherspoon interpreta de forma comedida a la madre de uno de los niños, pero tampoco se nos ofrece un relato más cuidado sobre el duelo de esta madre ni siquiera cuando hace un perturbador descubrimiento en el desván de su casa. La cinta no es un desastre, pero para un resultado tan mediocre no hace falta ni firmar Atom Egoyan ni competir en un festival internacional.

20130926notales_peqMás profunda es la reflexión de la bosnia For Those Who Can Tell No Tales, pero también excesivamente expositiva. La realizadora Jasmila Žbanić supo por Internet del impacto emocional que había sufrido una actriz australiana, Kym Vercoe, cuando al visitar por turismo la zona acabó hospedándose sin saberlo en un balneario donde, durante la Guerra de los Balcanes, el Ejército serbio encerró y violó a mujeres bosnias de forma sistemática. La reconstrucción de la experiencia de Vercoe de forma a esta película.

Lo cierto es que los horrores de la antigua Yugoslavia necesitan todavía una larga digestión, tanto por los habitantes de la región que sufrieron el horror en carne propia, como de los vecinos que escuchábamos el horror en el piso de al lado y subimos el volumen de la tele. El caso cierto y bien documentado de Vilina Vlas, a las afueras de Visegrado, es desgraciadamente uno más de los horrores de la mascare fratricida.

Lo interesante de For Those Who Can Tell No Tales es el punto de vista: la extraña que llega con mirada limpia y siente que debe involucrarse en la denuncia del horror y en reivindicar su recuerdo. Porque ese parece ser el fin último de Žbanić: pedir que no se olvide. Que la vida siga, sí, pero con una placa para los desmemoriados. Si esta postura es acertada o no otra cuestión que se escapa del objeto de esta crónica.

El relato es bastante hábil, discurre con interés y capta con fidelidad cómo se produce el encuentro del extranjero con la fascinante Bosnia. Aunque la película se asome sólo a una realidad muy parcial y plantee sólo uno de los miles de problemas de la región, es un paso más en el largo camino hacia la reconciliación. Gota a o gota se hace un océano.