En el cristianismo, Rut es el epítome de la bondad y la misericordia. En el caso del personaje central de Der Unschuldige (El inocente), dirigida por el suizo Simon Jaquemet, Ruth es la madre buena y misericorde en una familia cristiana fundamentalista que además trabaja en un centro de investigación neurológica en el que experimentan el transplante de cabeza en monos. Ruth de repente se entera de la noticia que hará tambalear toda su vida: su antiguo novio de la juventud, que ha pasado un tiempo en prisión acusado de asesinato, acaba de ser liberado. A pesar de que le llegan noticias de que poco después ha muerto electrocutado en un tren en la India, el ex-novio se presenta en su casa y ella se replantea su vida familiar, su trabajo e incluso su fe.
O eso es lo que parece al menos, porque la tediosa y reiterativa estructura, el feísmo, el lento ritmo, las metáforas inconexas y en general los pocos asideros que tiene esta película suiza para interesar, obstruyen cualquier tipo de conexión con ella, ni intelectual ni emocional. El peso de toda ella recae en la actriz Judith Hofman en un personaje por el que es difícil tomar partido y que se mueve en unos niveles de irrealidad y locura tan confusos que el presunto misterio que la rodea se hace poco atractivo.
Está claro que el entorno que pinta Jaquemet en su película sólo provoca querer huir precipitadamente de él, pero la tortura a la que se somete a Ruth (y al espectador que intenta acompañarla) es tal que da igual lo que suceda. Y eso en una película que pretende trasmitir un mensaje trascendente es sencillamente inadmisible.