El argentino Benjamín Naishtat compite en San Sebastián con su tercer largometraje después de que su debut, Historia del miedo, fue escogido por el Festival para el Cine en Construcción de 2013. Naishtat, que ya apuntaba maneras, regresa convertido en un cineasta hábil y certero que en Rojo radiografía la Argentina en las semanas previas al Golpe de Estado de Videla: una sociedad viciada y sumida en la relatividad moral.
La película arranca con dos situaciones antagónicas en su ritmo: primero un reposado plano fijo de una casa familiar que está siendo expoliada por los vecinos que impunemente entran y salen con lo que se les antoja; después un rifirrafe en un restaurante entre el abogado local, un sensacional Darío Grandinetti, y un extraño que se comporta extrañamente. De esa trifulca se desencadenan el resto de acontecimientos de la cinta que con tintes de thriller, de comedia negra, de relato político y de retrato psicológico parece no llevar a nada pero que en realidad logra un bien mayor.
Con regusto al cine de los Coen, Rojo es inquietante y tubadora, por momentos terrorífica, y siempre sorprendente. El espectador nunca sabe qué le depara un camino sobre el que, al igual que el momento que retrata, planea la sombra del mal agüero.
Naishtat escoge una estrategia nada obvia y se arriesga a peder al espectador en un relato que por momentos parece deslabazado o inconexo. Pero la película está muy por encima de su literalidad y realiza una radiografía espeluznante que, además, aterroriza la posibilidad de vernos retratados por ella. Una película notable.