Isaki Lacuesta esculpe un monumental estatuto sentimental de las víctimas del terrorismo

'Un año, una noche'
Imprescindible
La 'tapada' de un año excelso de cine español
4.5

En apenas unas horas de edición San Sebastián ya ha demostrado que la cosecha española de 2022 será histórica. Esto hará que no todos títulos que lo merecen obtengan un hueco siquiera en la cabeza de los espectadores más interesados. Sería una pena que Un año, una noche, de Isaki Lacuesta pasara desapercibida.

A partir del libro Paz, amor y death metal, de Ramón González, Isaki Lacuesta, Isa Campo y Fran Araújo construyen un tratado sensorial de lo que es una víctima, más bien las víctimas en un sentido amplio y también mucho más psicológico y sociológico que político, como suele ocurrir en la filmografía sobre terrorismo.

La pareja protagonista del filme —dos interpretaciones memorables, las de el argentino Nahuel Pérez Biscayart (El profesor de persa, 120 pulsaciones por minuto), y la francesa Noémie Merlant (Retrato de una mujer en llamas, Curiosa)— estaba en el concierto de Bataclán del 13 de noviembre de 2015 en el que murieron más de cien personas por un tiroteo terrorista.

Lo mejor de la película no son los angustiosos planos cerrados del público huyendo mientras las balas riegan la sala, ni las secuencias claustrofóbicas de la pareja (y otra cincuentena personas más) refugiados en el camerino mientras junto al escenario se produce la masacre; sino el sutil retrato de los meses posteriores al acontecimiento de estas dos personas que, en el sentido tradicional de la palabra, no podrían considerarse afectados, pues no experimentaron herida física alguna.

En un viaje emocional y temporal continuo, observamos como la catástrofe hiere a Ramón, que pasa de hiperactivo a no moverse del sofá, hasta que los ataques de ansiedad ahogan la vuelta a la normalidad. Su chica recupera, aparentemente, la tensión vital pronto y se niega a considerarse víctima.

Junto a otros amigos presentes en el concierto (Quim Gutiérrez y Alba Guilera) comparten la obsesión por recordar cada uno de los detalles del suceso, el miedo animal al coincidir con un árabe en el mismo espacio a pesar de su ausencia total de racismo previo, los ataques de odio, los curiosos mensajes de consuelo que cada uno ha recibido (en una de las escasas secuencias cómicas, de gran patetismo).

No hay apenas subrayados a lo largo de todo el metraje, ni palabras grandilocuentes, sino una escritura minuciosa, atenta a los pequeños detalles que eleva a Un año, una noche a la categoría de imprescindible.