No todo el mundo se acuerda. Hace casi diez años que la Academia decidió corregir una decisión insólita en su historia. Desde el año 1995 y durante cuatro ediciones mantuvo dividida la categoría en drama y comedia/musical al estilo de los Globos de Oro. Una insólita e injustificada decisión que curiosamente sacó a la luz grandísimos trabajos de comedia y que definió una de las mejores decadas de la música de cine. Repasamos las luces y las sombras de este extravagante Oscar.
En el año 1995 cuando Hans Zimmer y Elton John recogían sendos Oscars por El Rey León, la Academia se planteó un dilema. La Disney había renacido y de qué forma. Alan Menken había arrasado en las categorías de partitura original y canción durante tres años casi seguidos con La Sirenita (1989), La Bella y la Bestia (1991) y Aladdín (1992), convirtiéndole de golpe y porrazo en uno de los músicos más premiados de la historia. En su momento, el gremio de compositores sentía muchísimo vértigo por la posibilidad de que se abriera una nueva etapa en la que la imbatible franquicia de animación copase como cada año todos los premios musicales. Por tanto, se tomó la decisión de segregar genéricamente las partituras al estilo de los Globos de Oro.
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Los años noventa fueron años de mucha comedia y de la buena. Shakespeare in Love se convertía en la primera comedia en veinte años que ganaba el Oscar a la mejor película. No es casualidad por tanto que en durante estas cuatro ediciones el Oscar a la partitura de comedia/musical resultara no sólo no ser un anexo al de Drama sino un premio con mucha más fuerza y calidad en sus composiciones que las nominadas al drama. Repasemos las cuatro ediciones de este olvidado Oscar a la mejor partitura comedia/musical.
En 1995, Pocahontas había pinchado con la crítica y la Disney (como todo que tenga un éxito fulgurante) empezaba a tener sólidas críticas. Pese a ello, Alan Menken había aprendido del pasado y se situaba en el mejor momento de su carrera. Sus tibias partituras instrumentales empezaban a cobrar mucha fuerza y a no encerrarse en las melodías de las canciones. Las magníficas canciones de Pocahontas se apoyaban en un majestuoso score que se integraba a la perfección con las canciones. El resto de las nominadas poco pudieron hacer conscientes de que estábamos nuevamente ante un clásico de Alan Menken. De todas formas, la primera selección de nominadas de este Oscar fue absolutamente sensacional. Ningún crítico musical lo hubiera hecho mejor que la Academia lo que prueba que este premio se lo tomaron muy en serio desde el principio. El presidente y Miss Wade, de Marc Shaiman, habitual compositor de comedias es probablemente una de las mejores partituras de la década y prácticamente al mismo nivel que el score de Pocahontas. El maestro John Williams también probó las mieles del nuevo Oscar con Sabrina, una deliciosa partitura, y Randy Newman comenzaba una fructífera relación con la neófita Pixar. También fue el año en que descubrimos que a Thomas Newman le gustaban los raros sonidos y que funcionaban a las mil maravillas en Héroes a la fuerza.
Al año siguiente, en la edición de 1996, ocurrió uno de los episodios más apasionantes de los Oscar. Rachel Portman (Emma), se convertía en la primera mujer en ganar un Oscar de composición instrumental. Una magnífica partitura para una película que había pasado casi desapercibida en la que Portman nos deleitaba con unas cuidadas y delicadas melodías. ¿Se lo merecía? Depende. Rachel ya puede estar agradecida a la Academia porque fue realmente a través de este extraño Oscar cuando la descubrimos. Si bien Emma está a un muy alto nivel no era el mejor trabajo de 1996. El Jorobado de Notre Dame es la absoluta obra maestra de Alan Menken y el mejor musical de la Disney. Es una pena que una Academia, ciega, prefiriera dar la noticia antes que premiar lo debido. Pero también era una llamada de alerta de los compositores para que no premiaran tanto al artífice musical de la animación. El resto de las nominadas eran correctas. Marc Shaiman y Randy Newman repetían nominación por El club de las primeras esposas y James y el Melocotón Gigante, y Hans Zimmer se apuntaba al éxito Whitney Houston con La mujer del predicador, una partitura que nunca se llegó a editar.
En 1997, el Oscar de música drama estaba regalado. James Horner y su maravilla para Titanic no tenían rival, pero en Comedia la cosa andaba difusa. La Academia, entonces, decidió utilizar este Oscar para «recompensar», una maldita estrategia que a veces utilizan para que una de las nominadas a mejor película no se vaya de vacío. Anne Dudley, nominada por The Full Monty, se convertía (y otra vez por sorpresa) en la segunda compositora en ganar el Oscar. Si bien Anne Dudley (Black Book), como Rachel Portman, demostraría con el premio que este Oscar no le venía grande y que también es una buena compositora, no se merecía el premio. Ninguna de las otras nominadas tenía una fuerza aplastante pero cualquiera hubiera merecido más el premio. Quizás lo más destacado es que por primera vez Alan Menken (Hércules) se quedaba fuera de las nominaciones y que su rival animada, Anastasia, se que se hacía con el reconocimiento. Un hecho justo que denotaba la explotación que sufría el compositor y que marcaría su definitivo declive. Anastasia, un grandiosísimo score de David Newman, debió ganar la estatuilla de calle. Con todo, hubo muy buenos temas ese año como los de Mejor…Imposible y La Boda de mi mejor amigo. Cualquiera de ellos hubiera sido un justo vencedor. Danny Elfman ese año sin su Tim Burton veía como era por primera vez nominado por dos partituras correctas, en este categoría por Men in Black.
Y llegamos a la última edición de este premio, la de 1998. En contraposición al año anterior, esta fue una magnífica selección, probablemente la mejor que ha tenido este premio y de las más afinadas que ha tenido la Academia en general. La ganadora, Shakespeare in Love, de un desconocidísimo Stephen Warbeck. ¿Merecido? Yo no le pongo pegas. Había trabajos tan geniales que eso lo dejo a elección del lector. Yo sinceramente me quedo con las cinco. Warbeck creó una corta pero intensísima partitura para la comedia sorpresa de la temporada. Su tema central es bellísimo. También se podían apreciar ciertos esquemas etéreos, dramáticos y románticos, melodías suavemente interpretadas para el loco mundo de Shakespeare. Un descubrimiento. Lo que pasa es que uno tiene su corazoncito. Y me acuerdo que quedé impresionado por el soberbio score del maestro Goldsmith para Mulan, que curiosamente en un principio iba a componer la flamante y reciente oscarizada Rachel Portman pero que declinó por quedarse embarazada. Mulan es probablemente la mejor partitura instrumental no cantada que ha tenido una cinta de animación. Randy Newman y Marc Shaiman volvían a repetir pero este año en plena forma con dos espléndidas partituras para Bichos y Patch Adams. Para el final me he reservado El Príncipe de Egipto, una estratosférica película para una ambiciosísima partitura que supieron llevar a niveles de clásico, Hans Zimmer (con uno de sus mejores scores) y Stephen Schwartz, letrista de Alan Menken, que en solitario demostró ser incluso mejor que su amigo.
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Desgraciadamente en el año 1999 la fórmula adquirió desgaste. La Academia por una lado tenía el feedback de que a los compositores les encantaba la categoría (más que nada porque ahora tenían el doble de opciones de ser nominados). Pero también serias críticas de incoherencia. Muchos no entendían que las partituras que incorporaban canciones (musicales de la Disney) tuvieran que competir con las de comedia y no por ejemplo con las de drama, si la música instrumental no conlleva diferencia alguna. Por ello, la Academia decidió volver al sistema antiguo y recluir a los musicales en una nueva categoría: la de partitura de canciones. Pero ese año sólo dos partituras pasaron el corte de este Oscar: Tarzán, de Mark Mancina y South Park, de Marc Shaiman y por tanto se canceló el premio. Una decisión que lógicamente enfureció a estos dos compositores que recibieron su descalificación por carta.
Este injusto reglamento se mantiene deshonrosa y «oficialmente» hasta el día de hoy y el Oscar de partitura de canciones no se entrega porque es prácticamente imposible que en un año se hagan los musicales (ojo, originales y creados específicamente para la pantalla) suficientes para que se entregue este Oscar maldito. Pero en esencia y como dijo en su día Mark Mancina, estas normas son esencialmente injustas, porque si lo que se premia son las partituras, es decir, la música instrumental, que más da que durante el filme se acompañe de canciones. Si se quieren premiar las canciones para eso está también la categoría de mejor canción. Y si recluyen a las partituras que se acompañan de canciones que recluyan a todas aquellas que incorporen alguna canción cantada en sus créditos (que suelen ser la mayoría). Y digo que el reglamento se cumple «oficialmente» porque el año pasado Slumdog Millionaire era una clara partitura de canciones e infringió consentidamente la normativa haciéndose con el Oscar que no le correspondía. Pero eso es otro cantar.
En definitiva, esta es la historia de un extraño Oscar que murió a los cuatro años pero que dio una impagable vida a la música de cine. Su mejor labor fue la de descubrir a magníficos compositores como Rachel Portman, Marc Shaiman, Stephen Warbeck y de dar vida a otros como Randy Newman. Pese a nacer con la etiqueta de apostilla supo sacudir prejuicios, encontrar su hueco y convertirse en uno de los premios más logrados en nominaciones que los Oscars han tenido. No vendría mal que con la nueva era de los filmes de animación, la vuelta de Alan Menken y Randy Newman, y el éxito del musical en el cine, la Academia reconsiderara este galardón.