Hace cinco días la Academia anunciaba cambios sustanciales en la categoría de mejor canción. Sin ser éstos muy decisivos de cara a las nominaciones, por primera vez se plantea la posibilidad de que se cancele el Oscar. Sin desmerecer la valía de muchas canciones con estatuilla desde Intermezzo os proponemos un debate: ¿hasta qué punto una canción es importante dentro del proceso de creación de una película? y sobre todo, ¿su esfuerzo tiene entidad suficiente como para merecer un premio de la Academia del cine?
El Oscar a la mejor canción se entregó por primera vez en 1934, justo siete años después de la creación de estos premios. Por aquel entonces la Academia tenía un patrón básico de categorías que difería bastante al de hoy: doce películas nominadas al Oscar de película, tres nominados en interpretación y dirección, no existían premios al vestuario, maquillaje, montaje de sonido, efectos visuales (obviamente todos estos últimos de incorporación muy moderna). Había un Oscar de mejor ayudante de dirección e incluso al año siguiente se implantaría el Oscar a la mejor coreografía que contaría con diez nominadas. Con todo esto, quiero decir que el conjunto argumental y artístico del cine de los años treinta poco o nada tiene que ver con el moderno.
La música fue uno de los referentes del cine sonoro. Era simplemente la mejor manera de embellecer el sonido que por primera vez se escuchaba junto con las imágenes. Las ganas de vivir y de soñar en un planeta sumido en una atroz conflagración confluían en un cine sediento de vías de escape. Las canciones eran la mejor herramienta para hacer que los filmes fueran mentados y recordados fuera de las salas del cine. Su función dentro de la película era capital, ya que afectaban al argumento, a los estados de ánimo, y normalmente estaban integradas dentro de la película. Por tanto, es lógico pensar que si se entragaban Oscars a la mejor música, música original, partitura de canciones o coreografía es porque la música, en general, estaba en una simbiosis milimetrada con el cine. A medida que han pasado las décadas ambas han tomado caminos divergentes. El cine ha ido apoyándose en los silencios, en las partituras instrumentales, en el sonido, y las canciones han perdido absolutamente su lógica general. Salvo en los musicales, que hoy en día son prácticamente inexistentes en el cine, las canciones que se componen para cine son simplemente prescindibles. Hoy que una canción salga en una película es tangencial, lo importante es aprovechar la promoción del cine para vender el single fuera del contexto de la película. Si pensamos con una lógica objetiva, su función dentro de una película no está justificada en el 90% de los casos.
Por otro lado, hay que abrir una discusión sobre si este esfuerzo es merecedor de un Oscar. Un productor, un director, un animador, un técnico de sonido o un decorador trabajan meses o años en diseñar su trabajo de cara a ser disfrutado en una pantalla grande. El mérito de una sola canción no es comparable al esfuerzo del resto de profesionales del cine. Los compositores instrumentales aunque trabajan con poco tiempo, gastan muchísimas horas en idear una partitura, escribirla, orquestarla y editarla. Las partituras contienen decenas de canciones instrumentales y sólo reciben una estatuilla por su conjunto. No se entregan Oscars por el mejor tema instrumental. Éste sería mucho más justo y lógico que el que actualmente se presenta sólo para canciones con letra. No se comprende muy bien que una sola canción con letra, que suele durar menos que una instrumental, que suele tener menos sentido en el contexto que una instrumental, y que además por lo general requiere menos recursos instrumentales deba recibir un Oscar para sí misma. Estatuillas desaparecidas como el Oscar a la partitura de canciones venían a premiar trabajos de música y letra, pero de un conjunto de canciones no de un único single. Con la fuerza del pop, el Oscar a la mejor canción ha sobrevivido a la criba de Oscars musicales a medida que canciones y cine iban separando sus visiones.
Sin embargo, la canción ha quedado como un recurso lastrado que se recluye en lo que nadie ve de una película: sus créditos finales. La Academia, quizás por su afán de captar audiencias, se ha prostituido amparando aquellas canciones de títulos de crédito o que suenan sin motivo alguno a lo largo del filme. Esto debería estar penado por el reglamento. Así se hubiera evitado que canciones como ‘Say You, Say Me’, ‘Jai Ho’ o ‘Last dance’ sean premiadas por no tener nada que ver con el filme al que se asocian. Éstas no son música de cine, son música inyectada en un espacio negro con letras en la parte final de una película. No pertenecen a la película. Esa responsabilidad sólo se la ha ganado el compositor que acompaña con su orquesta la acción de las imágenes, y cuyo esfuerzo constituye el único merecedor de un Oscar musical.
Además, considero que los títulos de crédito son el mejor escaparate para que suene la partitura instrumental, no una canción que no se ha escuchado anteriormente, que no está en disposición de cerrar identitariamente un filme. Y mucho menos que ésto sea únicamente lo que la valide para competir por un Oscar. Aceptando que la mayoría de las canciones optan por esta burda estratagema aceptada por el colectivo general para meterse en la terna de premios, creo que es hora de cancelar este Oscar. Así como en su día se canceló el premio a la mejor coreografía o a la partitura de canciones es hora de reconocer que éste ya no tiene el sentido primigenio con el que nació. Ni siquiera debería ser labor de una Academia de cine premiar canciones, eso que lo hagan los Grammy. Hace casi cinco décadas, había unos pocos compositores de canciones que casi exclusivamente componían verdaderos muestrarios de canciones para cine, haciendo de ésto todo un arte. Hoy los autores de canciones ni siquiera trabajan para el cine. Son outsiders raperos, rockeros, estrellas como Bob Dylan, Eminem, Beyoncé cuya vinculación con el cine sea probablemente la misma que el aquí les escribe. No digo que componer una canción no tenga su mérito pero que no debería ser equiparable al resto de estatuillas. En el cine también trabajan stunts, diseñadores de títulos de crédito (ver Atrápame si puedes) e incluso responsables de efectos como técnicas de IMAX o de 3D cuyo esfuerzo no está contemplado dentro de los Oscars.
La desastrosa terna de nominaciones del año pasado en mejor canción a buen seguro ha abierto un debate no sólo sobre el servilismo del cine con respecto a ciertos artistas sino sobre la propia devaluación de los premios de cara a captar audiencias. A ver cuando se dan cuenta de que los Oscars sólo deben tener un público: los amantes del cine. Su cancelación permitiría además quitar el tono Eurovisión que todos los años aburre al personal. Y así quizás, dejarían espacio para el cine y la música de cine.
Que este artículo no lleve a engaños. Soy un absoluto fan de las canciones de cine. Forman una parte indivisible de la historia del celuloide. Pero también es justo afirmar que hoy en día las canciones no tienen mucho sentido en una ceremonia de premios de cine. ¿Qué pensáis? Desde Intermezzo, os emplazamos a disfrutar muy pronto del último especial del Repaso a las canciones de los Oscars (1934-1949) con todas las grandes piezas clásicas de los orígenes del cine.