Cada Navidad, las televisiones de todo el mundo reponen en sus parrillas ciertas películas que son tan habituales como el roscón, los polvorones o los belenes. A saber, el ¡Qué bello es vivir! de Capra, Solo en casa o alguna de las versiones de Cuento de Navidad desfilan por la pequeña pantalla y nos acompañan tanto o más que nuestros familiares y nuestras indigestas cenas. Sin embargo, hay una que nunca tuvo gozó de demasiado predicamento en nuestras pantallas y que, de hecho, ni siquiera llegó a estrenarse en las salas de España en su día. Se trata de Recuerdo de una noche, olvidada joya con guión de Preston Sturges (Los viajes de Sullivan) y dirección de Mitchell Leisen que crece y crece (en humanidad, en calidad, en maestría) con el paso de los años no sólo como película navideña sino como conmovedor retrato de la redención humana y encuentro de los valores que nos deberían definir como personas.
Habría que decir que esta comedia romántica de Navidad no ha gozado de mucha reputación en parte porque va ligada a un nombre, el de Mitchell Leisen, no demasiado apreciado por la crítica. La causa más probable de la ignorancia que ha castigado la obra de Leisen reside, seguramente, en lo (negativo) que dijeron de él en su día guionistas que trabajaron para él y que, con el tiempo, dirigieron sus propias películas. A saber, nombres como los del propio Sturges o el mismísimo Billy Wilder. El tiempo, sin embargo, se está encargando de ponerlo en su sitio en una especie de acto de justicia poética.
Recuerdo de una noche podría parecer una comedia romántica más: estamos en Navidad y Barbara Stanwyck es una ladrona de joyas que acaba en el tribunal por robar una pulsera. El fiscal que trata de meterla en la cárcel es Fred McMurray (años antes de que ambos se convirtiesen en una pareja mítica del ‘noir’ americano gracias a Perdición) y, antes de que al jurado se le ablande el corazón ante tan señaladas fiestas, provoca un aplazamiento hasta después de las navidades. Poco sospechará que la acusada acabará yendo junto a él y a su familia a pasar las fiestas. El argumento, que podría pecar de simplicidad, funciona como una máquina de relojería gracias al guión de Sturges, que va encadenando actos y consecuencias de manera brillante para hacer verosímil la unión de los dos protagonistas/antagonistas. Por ejemplo, si la ladrona protagonista de esta historia viaja en coche con el fiscal que la quiere meter en la cárcel es porque ella también va a ver a su madre a una localidad cercana y porque él se siente culpable. Si acaba en la casa de él durante las fiestas es porque su propia madre la rechaza. Y todo esto se engrasa con una descripción pulcra y deliciosa de todos los personajes. La cinta comienza como una ‘screwball comedy’ en la que McMurray descubre que es más fácil de lo que pensaba saltarse la ley como hace la mujer a la que quería meter en prisión. Poco a poco, Recuerdo de una noche va derivando hacia el melodrama puro y duro en el que es él el que, por amor, querrá incumplir cualquier código legal. Pocas veces el cine ha reflejado la empatía de manera tan brillante.
Sin embargo, por mucho crédito que merezca el guión, el que sabe mantener el tono adecuado es un Leisen en estado de gracia que filma una de sus mejores películas. La cinta comienza con el primer plano de una pulsera y un vendedor que la pierde de vista tras ponerlo la muñeca de una mujer. Ni siquiera hemos visto aún la cara de la protagonista, Barbara Stanwyck, y Leisen nos ha narrado un robo en un solo plano. No es la única vez que comprobaremos la genialidad del director. Cuando Stanwyck es rechazada por su puritana madre e intuimos la infancia desgraciada que la ha llevado a ser la delincuente que es, Leisen filma un plano inmisericorde y sin la acostumbrada banda sonora llena de violines: Stanwyck llora desconsolada en el porche del hogar materno mientras que, al fondo del encuadre su progenitora apaga la luz y se encierra dentro de la casa sin un ápice de compasión. Pocas imágenes expresan tanto dolor, al igual que el primer plano de la protagonista cuando descubre un verdadero hogar en la familia del abogado o aquel en el que se enfrenta a un espejo mientras la madre de este, una genial Beulah Bondi, le explica los esfuerzos que su hijo ha hecho para llegar a ser alguien en la abogacía y lo poco que le gustaría que ella, alguien fuera de lo ley, estropee su camino enamorándose de él.
Todo este conflicto que conducirá a un sorprendente final abierto y audaz produce hasta pequeñas descripciones de personajes que son deliciosas. Atención a la tía solterona interpretada por Elizabeth Patterson cuando le deja un viejo vestido de juventud a la protagonista para que lo luzca en la fiesta de Nochevieja. Entre los ropajes y las cajas, aparecen unas viejas y amarillentas cartas de amor que el director filma en un primer plano, con la consecuente reacción de Patterson a las mismas. “¿Ibas a casarte?”, le dice Stanwyck. “Estuve con esa idea todo un verano, pero en otoño me lo pensé mejor”, contesta la melancólica tía del protagonista, restándole importancia a algo que, sin embargo, debió marcar su vida. No hay mejor comunión de guión y puesta en escena para describir, en un solo momento, a un personaje secundario.
Son esos algunos de los muchos hallazgos de una película magistral que si falla es, precisamente, en las partes más afines a Sturges, las más cómicas. Ejemplos los hay a montones pero el cómico y largo soliloquio del abogado defensor en una de las primeras secuencias es el más significativo. Sin embargo, pocos podrán negar las magníficas interpretaciones de Fred MacMurray y de una Barbara Stanwyck a la que habría que reivindicar como una de las dos o tres mejores actrices de la historia del cine. En la evolución de su personaje como canalla simpática y pragmática a arrepentida sensata que, por primera vez, se sabe parte de algo parecido a una familia, encontramos la grandeza de esta película: todo es posible en Navidad, incluso el hallazgo de esa Arcadia norteamericana localizada en un hogar con un cálido fuego y una cariñosa familia salida de la maquinaria de un Hollywood que pocas veces fue tan sincero o nos conmovió tanto.