Qué difícil elección la del Oscar a la mejor fotografía de este año. Cuando uno ya se ha decidido por las bellísimas imágenes de Emmanuel Lubezki en El árbol de la vida, le asaltan las dudas por el complejísimo trabajo de Guillaume Schiffman en The Artist. Y cuando el fiel de la balanza empieza a cambiar de sentido, asaltan la memoria los cielos y las trincheras de Janusz Kaminski en War Horse. Todo ello sin desdeñar la cuidada labor de Bob Richardson en La invención de Hugo y Jeff Cronenweth en Millennium.
Guillaume Schiffman por The Artist
Rodar una película en blanco y negro a estas alturas del siglo XXI, en las fechas de la quiebra de la mismísima Kodak, es un quebradero de cabeza. No sólo porque no haya costumbre, sino porque no hay ni películas con la suficiente variedad de sensibilidades para lograr una calidad óptima. Solución: rodar en color y vertirlo a blanco y negro posteriormente. Lo cual supone un segundo problema porque el director de fotografía debe imaginar en qué gama de gris van a quedar finalmente los colores. Y para rematar la faena, la cinta simula estar filmada en 4:3 cuando en realidad parte de un formato panorámico al que digitalmente se le borran los laterales. Pues todos esos inconvenientes han sido superados brillantemente por el francés Guillaume Schiffman, que recibe con The Artist su primera nominación. La última cinta en blanco y negro en llevarse esta estatuilla fue La lista de Schindler hace 19 años. Ya toca.
Jeff Cronenweth por Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres
David Fincher, que ya había trabajado con Jeff Cronenweth en El club de la lucha, volvió a llamarle para La red social: no sólo obtuvo la nominación al Oscar en esta categoría, sino que lograron la mezcla exacta entre esteticismo y funcionalidad. En Millennium lo plástico adquiere mayor relevancia, en la convicción de que las nieves suecas enfríen el relato. El trabajo de Cronenweth es especialmente notable en los exteriores, de blancos purísimos y luz metalizada. Los interiores, por contraste, son cálidos y de pura quietud, desasosegantes. Todas estas hábiles y sutiles decisiones, sin embargo, confieren cierto aire de irrealidad a la cinta, lo cual debe ser percibido como un lastre en un género que siempre crece con la verosimilitud.
Bob Richardson por La invención de Hugo
El veterano Robert Richardson desarrolló buena parte de su carrera ligado a los proyectos de Oliver Stone. Su cámara estuvo en todas sus películas desde Salvador (1986) hasta U-Turn (1997) –es decir, en todas las buenas hasta que llegó el desaguisado–, una colaboración que se tradujo en un Oscar (JFK) y dos nominaciones (Platoon y Nacio el 4 de julio), a las que sumó luego una segunda estatuilla (El aviador) y otras dos candidaturas (Mientras nieva sobre los cedros y Malditos bastardos). De hecho, en los últimos años es frecuente verle trabajar de la mano de Quentin Tarantino y Martin Scorsese. Como, por ejemplo, en La invención de Hugo, donde ha tenido que, por un lado, crear ese ambiente de cuento infantil que domina la primera parte de la cinta y, por otro, reproducir la luz y las texturas de las primitivas cintas de Georges Méliès. Su handicap en esta competición es la gran cantidad de tratamiento digital de la película, que hacen difícil distinguir dónde termina su trabajo y empieza el de los animadores y texturizadores.
Emmanuel Lubezki por El árbol de la vida
El mexicano Emmanuel Lubezki es ya uno de los grandes camarógrafos de Hollywood. Desde que obtuvo una inesperada y merecidísima candidatura en 1996 por La princesita, en cada nuevo trabajo Lubezki ha confirmado su talento y su buen hacer. Prueba de ello son otras tres nominaciones a los Oscar por encargos tan dispares como Sleepy Hollow, Hijos de los hombres y El nuevo mundo, la anterior película de Terrence Malick. Filmar a las órdenes de un director con una impronta visual tan marcada como Malick hace que se difícil imaginar con precisión qué parte aporta el realizador y cuál el director de fotografía en esa permanente búsqueda del poema visual. De lo que no cabe duda es de que el impecable uso de la luz y las texturas son cosa de Lubezki, que logra que la cinta sea de una belleza apabullante. De entrada, es el gran favorito del año.
Janusz Kaminski por War Horse (Caballo de batalla)
El polaco Janusz Kaminski entró en contacto con Steven Spielberg cuando el realizador buscaba alguien que fuera capaz de filmar La lista de Schindler con el blanco y negro del expresionismo alemán y la textura de los documentales de la época. El resultado fue tan soberbio que Spielberg ya no ha querido trabajar con otro. Poco a poco, los estilos de uno y otro se han ido acercando y contagiando hasta este War Horse (Caballo de batalla) en la que la colaboración entre ambos ya se ha convertido en simbiosis. Kaminski ha sabido dotar a la película de los colores de los clásicos de los años cuarenta y sacar el máximo partido a las localizaciones de un rodaje que se desarrolla casi íntegramente en exteriores. Especialmente curiosos resultan los guiños que el tándem director-camarógrafo han forjado al clásico entre los clásicos, Lo que el viento se llevó, con una grúa idéntica al dantesco plano de la estación de Atlanta sembrada de cadáveres y heridos, un Tom Hiddleston intencionadamente retratado como Leslie Howard y unos cielos enrojecidos en su epílogo final que bien podrían ser los que se elevan sobre la tierra roja de Tara. Un trabajo sobresaliente.