El resto del reparto está plagado de rostros conocidos de la televisión (Kyle Chandler – curiosamente también como agente de la CIA en Argo, Harold Perrineau, Taylor Kinney, Édgar Ramírez, John Barrowman, Chris Pratt y hasta el mismísimo Tony Soprano, aka James Gandolfini), destacando entre todos ellos a Jason Clarke y, sobre todo, Jennifer Ehle como dos de los compañeros más importantes de Maya durante la investigación.
A un guión y dirección sin apenas respiro en los más de 150 minutos que dura la película, y un reparto magnífico, hay que sumarle una labor titánica e impecable de producción, cuyo rodaje tuvo lugar en India y Jordania simulando ser Pakistán, una fotografía notable del australiano Greig Fraser que juega con efectos de la iluminación artificial pero que le resta fuerza a la famosa secuencia final, y un curioso montaje a cuatro manos entre la comercialidad de William Goldenberg (La búsqueda, Transformers 3, Argo) y el initimismo indie de Dylan Tichenor (Magnolia, Brokeback Mountain, Los Tennenbaum).
Mención aparte merece la partitura del maestro francés Alexandre Desplat que juega con las trompetas para crear desasosiego recordando al Hans Zimmer de Origen o al John Barry más jamesbondiano, salpicando con ligeras e inquietantes apariciones de piano muy características en el compositor y, por supuesto, elementos folclóricos árabes. Se trata de una banda sonora de gran calidad, pero quizá le falte algún rasgo identificativo, algún leitmotiv que se quede en el espectador, para poder ganar un Oscar. Y yo personalmente preferiría ver ganando a Desplat por otra obra más redonda.
El estreno de la película en salas estadounidenses hace pocos días ha venido marcado por la polémica (¿o es estrategia comercial?) sobre si es lícito (y veraz) ensuciar una de las operaciones encubiertas más aclamadas por los norteamericanos, revelando las torturas que la precedieron para poder obtener la información necesaria. Productos televisivos como Homeland o, sobre todo, 24 ya pusieron sobre la palestra el dilema moral al que se ven enfrentados muchos agentes gubernamentales. Pero en esas series se les perdona porque son productos «de ficción».
Y así deberíamos enfrentarnos a La noche más oscura. Como la versión ficcionada, resumida, amalgamada de unas personas y unos hechos reales; el paso a paso de una investigación sin descanso; la lucha vital de una mujer dispuesta a atrapar al hombre más peligroso de la era moderna.