El joven Hollywood de los 90 (I): DEVON SAWA

Si eres chica, tenías 14 ó 15 años en 1998 y te gustaba comprar las revistas adolescentes, es probable que en la portada te encontrases uno de estos rostros: el de Leonardo DiCaprio o el de Devon Sawa. Sobre el segundo ha caído una espesa nube con forma de olvido que no empequeñece el recuerdo de sus antiguas fans. La mayoría de ellas ronda hoy los veintitantos y siguen admirando el rostro anguloso, los ojos azules y el pelo castaño claro de este canadiense nacido en 1978, uno de los miembros más destacados de esa camada de niños y niñas que protagonizaron la moda de películas infantiles y juveniles de los 90.
A Sawa lo conocimos cuando el fantasma «Casper» (Brad Silberling, 1995) cobraba forma humana y sacaba a bailar a Christina Ricci. Con ella también protagonizaría un casto beso ese mismo año en la sesentera «Amigas para siempre». El chico lo tenía todo para convertirse en el nuevo ídolo de las chicas y explotaba con su físico una moda inaugurada por el mismísimo James Dean: la preferencia por los efebos de rostro aniñado y tierno que durante la última década del pasado siglo alcanzó cotas irrisorias en la figura de muchos actorcillos hoy olvidados. Lo cierto es que Devon trató de huir del estereotipo y fijó sus metas en el cine independiente. Aunque interesantes, «A cool, dry place» (1998) o «Around the fire» ni siquiera se llegaron a estrenar en España y, mucho menos, fueron mencionadas por la revista SuperPop. Sí se habló de «Jóvenes aventureros» (William Dear, 1997), paisajista fábula en torno a los hermanos Stouffer, famosos documentalistas de la naturaleza durante los años 60. En todas esas películas, la función del chico era la de lucir su candoroso rostro. Sin embargo, en «El diablo metió la mano» (Rodman Flender, 1999), endiablada sátira adolescente de las películas de serie B de los 80, Sawa demostró que podía ser (salvando las distancias) un Cary Grant del cine teen. Al encarnar a Tobías, un chaval cuya mano está poseída por el mismísimo diablo como castigo a su pereza, Sawa probó que la comedia era lo suyo y que los guapos que se saben reir de sí mismos no abundan.


En 2000 llegó su mayor éxito comercial, «Destino final». Película sobre jovencitos en apuros que tratan de burlar a una muerte que viene en forma de accidentes marcadamente » gore», «Destino final» se beneficiaba de un Sawa sufridor y de un negrísimo sentido del humor. Sin embargo, con el éxito también llegó el fracaso. De ser visto como el nuevo Brad Pitt al olvido había un paso. Su cambio físico ya se dejaba notar en el videoclip «Stan» del rapero Eminem, pero se hizo del todo notorio en «Slackers»(2002), infumable bodrio que mostraba sus kilos de más tras dos años de ausencia de las pantallas. El cambio físico se debía a una adicción a las drogas que se manifestó de forma violenta la noche que le dio una paliza a su novia y acabó en la comisaría de Los Ángeles. Su única relación con el cine ha consistido en protagonizar cine de terror de baja estofa cada dos años; películas que tampoco hemos podido ver en nuestro país y que él sigue rodando a la espera de que alguien lo recupere. El éxito de las Lindsay Lohan y los Zac Efron de turno lo han convertido, a sus veintinueve añitos, en una prematura gloria del universo «teen» del Hollywood de los 90. Quedan para el recuerdo el bonito baile que se marcaba con la Ricci y los innumerables posters con su figura que seguro llevan años durmiendo el sueño de los justos en los cajones de más de una persona.

Vídeo hecho por una fan