UN HITCHCOCK NO TAN MENOR (Crítica de "El Hombre que sabía demasiado, Alfred Hitchcock, 1956)

Han tenido que pasar años para que «El Hombre que sabía demasiado» comience a valorarse más como una pieza perfecta de suspense que como un título menor en la filmografía del mal llamado mago del suspense. Dos son las razones de que este título haya sido menospreciado durante sus cinco décadas de existencia: es un remake de otro título del director y su protagonista femenina es la almibarada Doris Day.

La historia es hitchcockiana desde el principio: un matrimonio norteamericano de vacaciones por Marruecos con su hijo es confundido con otra pareja de espías. Esto lleva a que el marido sea el oyente involuntario de un grave complot para asesinar al primer ministro y a que la verdadera pareja de espías secuestre a su hijo y se lo lleve a Londres para que él guarde silencio. De nuevo la historia del falso culpable, del americano medio metido en situaciones extraordinarias que escapan a su control. Y por supuesto las notas de humor corrosivo, gamberro y negro del director, bien sea en la conversación en la que los protagonistas admiten tener vacaciones pagadas gracias a las enfermedades de los pacientes de él ( James Stewart interpreta a un médico) o bien en el momento en el que Stewart, para huir de una iglesia, se encarama a la cuerda del campanario haciendo creer a todos los fieles vecinos que es hora de misa. Por no hablar del plano final de la película en la que un grupo de personas dormidas suponen una divertida nota humorística y uno de los finales más originales, si cabe, de la extraordinaria carrera del director.

Hitchcock era todo un experimentador de la imagen y aquí se vuelve a notar. Casi todas las escenas tensas las rueda con contrapicados, la conversación telefónica en la que la pareja habla con su hijo secuestrado está tomada desde un picado extremo con el objetivo muy alto y los villanos son protagonistas de planos frontales y terroríficos en los que miran directamente al objetivo. Pero su experimentación aquí se mueve también hacia el terreno musical. La canción «Qué será, será», además de ganar el Oscar aquel año, se convierte en el nexo de unión entre Doris Day y su pequeño retoño, y en la clave para que el niño la oiga una vez está secuestrado. Y por supuesto el climax del asesinato en el concierto, donde unos platillos serán el indicador para que el asesino mate al Primer Ministro. Toda esta secuencia, una de las más memorables de la historia del cine, está rodada únicamente con música y es un deleite su montaje claustrofóbico y tenso: mientras Stewart comprueba cada palco para encontrar al asesino, los primeros planos de la pistola apareciendo tras la cortina y los planos detalle de los platillos consiguen una emoción difícilmente superable.

Cierto que la película carece de la profundidad psicoanalítica del mejor Hitchcock, que su «macguffin» es en esta ocasión más valioso que la complejidad de los personajes, pero también es cierto que «El hombre que sabía demasiado» contiene algunos de los mejores momentos de toda la filmografía hitchcockiana. Esta es la historia de la pesadilla que puede vivir el más convencional y aburguesado matrimonio de la plácida América de los 50, y ni siquiera la reina del país de la cursilería, Doris Day, la puede estropear. Magnífica.

VALORACIÓN:

Títulos de crédito iniciales con la orquesta dirigida por Bernard Herrman, que aparece haciendo de sí mismo en la película