
La historia es hitchcockiana desde el principio: un matrimonio norteamericano de vacaciones por Marruecos con su hijo es confundido con otra pareja de espías. Esto lleva a que el marido sea el oyente involuntario de un grave complot para asesinar al primer ministro y a que la verdadera pareja de espías secuestre a su hijo y se lo lleve a Londres para que él guarde silencio. De nuevo la historia del falso culpable, del americano medio metido en situaciones extraordinarias que escapan a su control. Y por supuesto las notas de humor corrosivo, gamberro y negro del director, bien sea en la conversación en la que los protagonistas admiten tener vacaciones pagadas gracias a las enfermedades de los pacientes de él ( James Stewart interpreta a un médico) o bien en el momento en el que Stewart, para huir de una iglesia, se encarama a la cuerda del campanario haciendo creer a todos los fieles vecinos que es hora de misa. Por no hablar del plano final de la película en la que un grupo de personas dormidas suponen una divertida nota humorística y uno de los finales más originales, si cabe, de la extraordinaria carrera del director.

Cierto que la película carece de la profundidad psicoanalítica del mejor Hitchcock, que su «macguffin» es en esta ocasión más valioso que la complejidad de los personajes, pero también es cierto que «El hombre que sabía demasiado» contiene algunos de los mejores momentos de toda la filmografía hitchcockiana. Esta es la historia de la pesadilla que puede vivir el más convencional y aburguesado matrimonio de la plácida América de los 50, y ni siquiera la reina del país de la cursilería, Doris Day, la puede estropear. Magnífica.
Títulos de crédito iniciales con la orquesta dirigida por Bernard Herrman, que aparece haciendo de sí mismo en la película