El equipo de Fuga de cerebros al completo. (Foto: Pablo López)
La pregunta es por qué una cinta como Fuga de cerebros participa en un festival de cine. La velocidad y el tocino tienen mucha más vinculación que esta película de humor descerebrado para adolescentes con un certamen supuestamente serio. Quizá el hecho de que productura y patrocinador sean la misma cadena de televisión tenga algo que ver. En cualquier caso, esta españolización de las comedias tipo American Pie está bien rodada, que es mucho más de lo que se puede decir del nuevo trabajo de Josecho San Mateo, Bulliying.
Por partes. Más allá de a escasa valía cinematográfica de Fuga de cerebros es justo reseñar que es una película bien filmada. Fernando González Molina, que debuta aquí en la dirección de largos, y los guionistas Curro Velázquez y Álex Pina son los responsables de la serie Los hombres de Paco. Y su película, aunque lejos de ser un producto televisivo, toma de la pequeña pantalla toda suerte de guiños para atraer al público más joven. Empezando, desde luego, por su protagonista, Mario Casas, también actor de la mencionada serie y que interpreta aquí a un pringao que persigue hasta Oxford a la chica de sus sueños acompañado por su pandilla de amigos friquis.
Lo que ocurre a lo largo de la cinta, como se puede intuir, no tiene nada que envidiar a Porky’s, Algo pasa con Mary o la propia American Pie, película en la que sus creadores encontraron la inspiración para ésta y que, incluso, aparece citada: uno de los amigos recibe un tartera con una torrija para el mismo fin que aquellos estudiantes americanos se hacían con una tarta de manzana: la masturbación asistida. Así de chusca es la trama y, en efecto, no busca otra vía de humor ni falta que le hace.
En su conjunto, la película es de una hoquedad absoluta, pero los chistes funcionan, la factura es buena (aunque es difícil aceptar la Laboral de Gijón como college y al Cercanías como tren británico) y los actores eficaces (pese a que muchos repiten personajes que ya antes han interpretado en sus respectivas series de televisión). Amaya Salamanca en su papel de chica deseada no aporta ni un poquito de alma a un personaje que desde el mismo guión carece de todo interés; en cambio, Simon Cohen da cuatro brochazos de un estirado estudiante inglés drogado por los visitantes españoles y sus apariciones siempre dejan con ganas de mucho más. Una pena no haberle dado más cancha porque hubiera supuesto un divertido antagonista.
De donde hay poco que rascar es de Bullying, una película que es tan sutil como su título. ¿De qué creen que trata esta cinta con semejante nombre? Pues sí, del acoso escolar.Y lo hace con un acercamiento tan panfletario que rechina por todas sus endebles costuras. La copia proyectada a la prensa estaba doblada al castellano y no en la versión bilingüe catalán-castellano en que está originariamente rodada, por lo que a este cronista se la ha podido escapar algún detalle lingüístico. De otro tipo no, porque todo resulta tan aburrido y previsible que da tiempo de sobra a fijarse hasta en el color de los marcos de las puertas.
Su única virtud -no todo va a ser el desastre universal- es que San Mateo ha logrado recrear el mal rollo en que vive este adolescente maltratado por un compañero de clase a base de varias escenas de palizas y amenazas (buena parte del acierto se debe al gran trabajo de Joan Carles Suau como acosador). Pero no es suficiente porque todo lo demás huele a prefabricado, a denuncia políticamente correcta, a telefilme de sobremesa de la cadena que patrocina el Festival. Y el mensaje final de la cinta es opuesto a su propio planteamiento: el joven encuentra el apoyo para salir adelante y él lo desprecia. Una mala elección del guionista porque priva a su panfleto del necesario final edificante. A cambio, una voz en off con las estadísticas del bulliying en España pone un estridente punto final.