Tommy Lee Jones recogió anoche el Premio Donostia del Festival de San Sebastián y presentó su nueva película, Si de verdad quieres…, que le ha emparejado con Meryl Streep. En esta entrevista realizada pocas horas antes de recoger el galardón, el actor habla de su rancho en Texas, su forma de trabajar y evoca la curiosa tarde en que nació su vocación.
“Podrían esperar otros 60 años para entregármelo. Pero aceptaré lo que me den”. Se hace raro escuchar un comentario irónico en boca de Tommy Lee Jones (San Saba, Texas, 1946), un actor que en persona parece ser tan sobrio y hosco como los personajes que le han hecho famoso. Al contrario de lo que ocurre con otras estrellas, su persona es exactamente la figura de facciones marcadas y prominentes ojeras que conocemos de la pantalla.
No cuesta trabajo imaginarle en su Texas natal, a cargo del rancho que posee y explota comercalmente. “Allí nos dedicamos al negocio del ganado. La gente de esa región es muy agradable y no les impresiona -y en algunos casos ni lo saben- que sea una estrella de Hollywood. Hay 110 kilómetros desde la sede central de nuestro rancho a la pantalla de cine más cercana. A mis vecinos les interesan los caballos y las reses. La lluvia es el tema de conversación más frecuente. La gente allí n me persigue pidiendo autógrafos. Simplemente me dicen: ‘Hola, Tommy”.
A San Sebastián ha llegado con Si de verdad quieres…, una comedia sobre un matrimonio en crisis. Ella (Meryl Streep), que siente que vive con un extraño, les inscribe en una terapia de pareja en un recóndito pueblo de quién sabe dónde. “Esta película habla de gente corriente con problemas corrientes”, explica. “Me pareció una oportunidad para explorar lo ridícula que puede llegar a ser la gente corriente con problemas corrientes. Y está también el argumento irrefutable de poder trabajar con Meryl Streep.
Lo cierto es que en su carrera se alternan con naturalidad películas de pelaje tan diferente como JFK, Men in Black, En el valle de Elah o No es país para viejos. “Simplemente procuro estar en el mejor reparto. Con el mejor guión. Con el mejor director. En las localizaciones más apetecibles, porque me gusta que mi hija venga de visita. Y tener el mejor arreglo económico. Y la originalidad, que es un valor muy importante. No distingo entre grandes películas -no digo blockbusters porque no todas llegan a serlo- y las pequeñas”.
Tommy Lee Jones nunca fue a la escuela de interpretación sino que estudió en Harvard, donde compartió habitación con el luego vicepresidente Al Gore con quien entabló una gran amistad. Ambos sirvieron de inspiración para Erich Segal cuando escribió Love Story, que basó a protagonista en ellos. Y cuando poco después la novela saltó al cine Lee Jones obtuvo s primer papel.
“No miro atrás. Nunca”, asegura. “He hecho amigos, buenos amigos, haciendo películas. He estado en sitios bonitos. He vivido experiencias narrativas maravillosas. He tenido una vida afortunada. No puedo recordar las cosas malas. Tengo que esforzarme por recordar cualquier cosa, porque yo siempre miro hacia delante”.
Lo que sí recuerda y con todo lujo de detalles es por qué se convirtió en actor. “¿Conoce el cuento de Ricitos de Oro y los tres ositos? Cuando estaba en segundo de Primaria hicimos una obra de teatro titulada: El cumpleaños del osito bebé, que era una pieza original. La idea era que el menor de los tres osos celebraba una fiesta y venían todos los demás personajes de los cuentos. En ella se trataban asuntos tan perturbadores como el hecho de que Ricitos de Oro hubiera roto el plato de sopa del oso menor”.
“Yo hacía el papel del osito bebé, era el protagonista”, continúa. “Teníamos que hacernos nuestros propios disfraces. El mío consistía en una bolsa de papel marrón a la que, con la ayuda de una profesora, hice unos agujeros para los hombros, le pinté la cara de un oso, le hice otro agujero para la boca para que saliera la voz y dos otros dos más pequeños para los ojos”.
“Lo primero que ocurría en la obra era que Ricitos de Oro traía un plato nuevo y me lo entregaba como regalo, a pesar de que en el cuento original yo le hubiera roto el suyo. Mi frase era: ‘¡Oh, gracias, Ricitos de Oro, qué plato más bonito!’. Y la dije my bien”.
“El siguiente personaje era la Reina de las Tartas que traía unas galletas. Entraba por la izquierda y yo tenía aceptar el regalo. Cuando me giré para mirarla, mi careta de oso se quedó mirando de frente. No podía ver nada y me asusté tanto que no me acordaba de lo que tenía que decir, aunque sabía que era mi turno así que le dije: ‘¡Oh, gracias, Ricitos de Oro, qué plato más bonito!’. El público estalló en carcajadas y a mí se me partió el corazón por el fracaso. Y desde entonces he estado intentando arreglarlo”.
“Le cuento esta historia porque es graciosa, pero también porque indica lo en serio de que me tomo la interpretación. Me lo tomo todo lo en serio que se puede pero también es divertido. La descripción de mi trabajo es ‘player’, no ‘worker”.