'Girasoles silvestres'

‘Girasoles silvestres’: Un Rosales más nítido e impresionista

'Girasoles silvestres'
Naturalista
Un Rosales menos arriesgado pero más luminoso
3.5

Tras La soledad, Hermosa juventud y Petra, con Girasoles salvajes el director catalán Jaime Rosales viene a añadir un detallado personaje más a la interesante galería de retratos femeninos que ha ido construyendo. Y lo hace con el drama de Julia, una madre joven (Anna Castillo), una muchacha de barrio que tiene aspiraciones de progreso pero, sin más ayuda que la de su padre (Manolo Solo) y un trabajo de kelly en un hotel, poco puede hacer. Y además anda con ganas de pareja. Y esto de conseguir pareja es un proceso de ensayo y error en el que no caben ecuaciones ni cálculos sesudísimos. A través de tres intentos con tres parejas sucesivas (Óscar –Oriol Pla-, Marcos –Quim Ávila– y Álex –Lluís Marquès-) también ella irá definiendo y concretando deseos y aspiraciones.

Estructurada en tres cuadros que llevan el nombre de cada una de las parejas, y a los que corresponden sendas canciones del grupo de rock andaluz Triana, Rosales, con trazo luminoso y fino, construye una película sobre los errores, los devaneos, las oscilaciones y los anhelos. Sobre las relaciones tóxicas y los patrones que inevitablemente repetimos; sobre las segundas vueltas, la responsabilidad, la masculinidad frágil y la inmadurez; también sobre la inestabilidad de la vida para una mujer joven que intenta abrirse camino, y cómo estar en una misma edad no significa ni mucho menos estar en el mismo punto vital. Aunque en lo estilístico no es tan arriesgada como sus películas anteriores, Rosales sigue dándonos momentos de indudable belleza e intensidad emocional.

Mención aparte merece el trabajo actoral, sobre todo el de dos de los integrantes del reparto. Lo de Anna Castillo suena casi a perogrullada. Su Julia es tan luminosa como la luz que arroja Rosales sobre ella; es alegre, sensual, divertida, valiente y cuidadora. Es la columna vertebral de la película, un personaje femenino que no se deja definir por los hombres que la acompañan y que arriesga y avanza a lo largo de la película. Y Oriol Pla, que cambia de registro para encarnar a Óscar y hacer que reconozcamos en él todo el legado barriobajero y quinqui, del muchacho sin oficio ni beneficio, oportunista y descerebrado, heredero de unos valores masculinos muy perjudiciales.

Quizá no arriesgue tanto como Petra, ni alcance la intensidad emocional de Hermosa juventud o La soledad, pero no desmerece a la espectacular cosecha del cine español de este año.