Este Festival de Málaga despide su sección oficial a concurso con Los exiliados románticos, la tercera y por el momento mejor película de Jonás Trueba, en el mismo día que proyecta Aprendiendo a conducir, nuevo título estadounidense de Isabel Coixet que quizá sea el más comedido y logrado de su filmografía.
El menor de los Trueba ha filmado Los exiliados románticos con absoluta precariedad: una cámara de fotos, una furgoneta y un grupo de amigos. Una historia nacida por el impulso romántico de hacer cine –un cine antiguo, eso sí, como enseguida comentaremos- y sobre tres pequeñas historias románticas, cada una la de un joven y que transcurren en tres altos en el camino de un viaje a París.
Aunque las tres historias tiene interés y credibilidad desigual –mención especial a la tercera, un capítulo algo humillante pero reconocible y emotivo- el conjunto funciona con una cadencia y un tono muy hermoso y su poco más de una hora de duración pasa como un auténtico soplo. Jonás Trueba salpica la cinta de citas cultas y recitativos de autores más o menos culto y más o menos poco conocidos, pero afortunadamente esa cierta pedantería no llega a lastrar el encanto general de la película.
En la penúltima jornada de Festival es ineludible vaticinar si ‘pescará’ o no premio. Sin duda estará presente en el palmarés pero su levedad quizá le impida figurar en el puesto más alto.
También en sección oficial pero fuera de concurso se ha proyectado Aprendiendo a conducir, la tercera película que Isabel Coixet estrena en los últimos 12 meses. En esta ocasión se trata de una cinta de encargo a partir de un guión de Sarah Kernochan, que también firmó películas tan dispares como Nueve semanas y media o Lo que la verdad esconde.
Patricia Clarkson interpreta con extraordinaria sensibilidad a una mujer recién divorciada que decide tomar clases de conducir de un profesor de autoescuela con el rostro de Ben Kingsley que es un refugiado político de la India. El encuentro entre ambos personajes les cambiará para siempre, aunque todo entre ellos sea sutil y quedo.
Nada o muy poco hay de las constantes del cine de Coixet en Aprendiendo a conducir y quizá por ello la película respire más pura, menos personal, pero más universal. Un pequeña pieza de orfebrería en la tradición del mejor cine clásico americano.