Angela Lansbury falleció ayer mientas dormía, según ha informado su representante. La actriz de origen británico, pero que desarrolló la mayor parte de su carrera en EEUU, había recibido el Oscar honorífico en 2013 y este mismo año el Tony a toda su carrera, que se suma a los cinco que obtuvo a lo largo de los año.
El currículo de Angela Lansbury ha sido tan intenso como irregular. Contratada por la Metro Goldwyn Mayer a los 18 años, fue una verdadera revolución en su momento: su debut en Luz que agoniza (1944) junto a Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotten dirigidos por George Cukor se tradujo en su primera nominación al Oscar. No tardó en llegar la segunda: un año después se convertía en la sufrida enamorada de El retrato de Dorian Gray. Y entre ambas, fue la hermana mayor de Elisabeth Taylor en Fuego de juventud.
Pero el estudio que tan rápidamente le brindó semejantes oportunidades fue el mismo que impidió su ascensión final: Louis B. Mayer nunca quiso apostar por una actriz de carácter, más cercana de la Bette Davis de la Warner que de las dulces estrellas del universo MGM. Cuando Vincente Minelli la llamó para incorporar a la enemiga de Judy Garland en el musical Las chicas de Harvey (1946), Mayer se negó a que cantara en la cinta y fue doblada en las canciones por otra actriz. Insólito veto para quien décadas más tarde se convertiría en la gran drama del musical de Broadway.
Angela Lansbury quemó su último cartucho en la Metro cuando suplicó que le consideraran para dar vida a Milady de Winter de Los tres mosqueteros capitaneados por Gene Kelly (1949). Mayer se negó una vez más. Consideraba que carecía de «talento estelar». Terminó siendo la melancólica reina Ana, tan bella y tan efímera.
Pero en aquel mismo momento fue otra película de la Metro la que le abrió una ventana cuando la puerta estaba cerrada. Para El estado de la Unión (1948) Frank Capra detectó en ella una peculiar habilidad: interpretar personajes mucho mayores de su edad. Desde entonces ese fue uno de los sellos de trabajo. Fue así, por ejemplo, como años más tarde logró su tercera candidatura a los Oscar: dando vida a la madre de Lawrence Harvey —sólo tres años menor que ella— en El mensajero del miedo (1962). La obra maestra de John Frankenheimer reposa en gran medida sobre la terrible señora Iselin, capaz de manipular hasta a su propio hijo para alcanzar el poder. En 1978, a sus 53 años, parecía una enérgica señora mayor cuando arrastraba a David Niven a ritmo de tango en Muerte en el Nilo. Y más ajada todavía dos años después al incorporar a la sagaz Miss Marple en El espejo roto.
Fue ese papel el que inspiró otro que le ha perseguido de por vida: la infalible y —reconozcámoslo— gafe J.B. Fletcher de Se ha escrito un crimen, tal vez la detective más famosa y más exitosa de la historia de la pequeña pantalla. La serie duró 11 años en antena y le dio fama mundial, hasta el punto de oscurecer su larga carrera cinematográfica y, sobre todo, su impresionante reputación como primera dama de Broadway.
Porque es su carrera teatral la menos conocida y, sin embargo, la más impresionante: seis premios Tony, cuatro de ellos como protagonista de musical, es decir, uno por cada obra que estrenó como primera actriz (Mame, Dear World, Gypsy y Sweeney Todd). El quinto lo obtuvo con Blithe Spirit, estrenada en 2009, y este mismo año el honorífico a toda su carrera.