Oscatlón 2019: Mejor película de lengua extranjera

De Cafarnaúm, de la actriz y directora libanesa Nadine Labaki, podría decirse que no deja indiferente a nadie. Y eso es lo que pretende. Partiendo de una premisa un tanto inverosímil, la denuncia de un niño de 12 años contra sus padres por haberle dado una vida que no van a ser capaces de cuidar ni proteger, Labaki construye un durísimo drama social sobre los seres más desamparados de la sociedad: los niños que viven en las chabolas de Beirut. Y la verdad es que lo mejor de la cinta son ellos, todos actores no profesionales y con historias personales similares a las de los reflejados en la película. Labaki da sobrada cuenta de su empatía y de su paciencia al saber sacar de ellos verdad y emoción. Quizá demasiada, porque las acusaciones de hacer pornografía de la miseria le han llovido por todas partes, y la acumulación de desgracias sobre los niños puede despertar cinismo en muchos espectadores. Tanto como para no tomarse en serio su visión sobre la desesperación y sobre una realidad que bulle a nuestras espaldas y frecuentemente decidimos ignorar. Puede que Labaki haya traspasado esa frontera, pero sin duda el relato revuelve y conmueve. Aun así, Cafarnaúm tiene dos rivales muy poderosas y la ternura que provocan Zain, Rahil y Yonas no será suficiente para alzarla sobre ellas la noche del 24.

Tras ganar el Oscar de la categoría en 2014 por Ida, Pawel Pawlikowski ha hecho esta temporada un recorrido internacional casi idéntico con Cold War, una historia de amor y desencuentros en tiempos de la Guerra Fría. El director polaco se inspiró en la historia de sus propios padres para construir un relato sobrio e intimista, parco en diálogos y rico en música, apoyado en una magnífica fotografía en blanco y negro obra de su compatriota Łukasz Żal, a través de los encuentros de los amantes a lo largo de quince años en momentos y lugares diferentes de Europa, desde su principio en unas audiciones en la Polonia rural para seleccionar a los componentes de un grupo de coros y danzas hasta la vuelta a Polonia, pasando por Berlín, Zagreb y sobre todo la libertad del París del jazz. Y a través de ellos vemos también las diferencias entre esos países europeos que han vivido la misma guerra pero que se han visto afectados por ella de una manera muy diferente. Vemos también, aunque sea de soslayo, cómo la cultura popular es aprovechada por los regímenes totalitarios para publicitar sus bondades y cantar las loas del líder de turno, cómo los arribistas prosperan y la libertad y el amor se ven comprometidos; cómo la libertad puede ser un infierno para el que no sabe vivir en ella. Y en el centro está Zula, arrebatadora y magnética, poderosa y a veces odiosa, interpretada por Joanna Kulig que sabe llegar hasta lo más profundo del personaje y exponerlo con sobriedad y estilo. Sencillamente, si no estuviera Roma en esta categoría, el premio se lo llevaría de calle.

Los miembros de la rama que elige las nominadas a la mejor película extranjera deberían explicar por qué está la película de Florian Henckel von Donnersmarck. Con una carrera internacional casi inexistente (solo el Festival de Venecia, donde ganó en Arca Cinema Giovani y el Leoncino d’Oro), La sombra del pasado ha logrado superar a películas más relevantes, como Girl, El culpable, Pájaros de verano o Burning, por lo que su presencia en el quinteto sólo puede deberse al buen recuerdo que dejó la magnífica El silencio de los otros. Obra sin autor, que es como se traduciría el título original alemán, sigue la vida de Kurt Barnert, un pintor de la vanguardia de Alemania Occidental en los años 60, una época en la que la práctica artística trata sobre la plasmación de conceptos filosóficos o sociológicos más que forma o técnica. Inspirada en la vida del pintor Gerhard Richter desde los años 30 a los años 60, momento en que le llega el triunfo en el mundo del arte, a pesar de sus casi tres horas de metraje, la película se queda a medias de lo que quiere contar, que es nada menos que la interacción entre la experiencia histórica y la personal, una zona de grises y matices, de secretos familiares, desvíos psicológicos y falta de armonía entre artificio y realidad, y que además es donde Donnesmarck falla al optar por la obviedad y el sensacionalismo. Lo más destacable, la música de Max Richter y la fotografía de Caleb Deschanel, también nominada en esta edición.

Antes de que el mundo pudiese verla las expectativas sobre la nueva película de Alfonso Cuarón eran altas, pero desde que se estrenó en el Festival de Venecia, Roma se situó como favorita en la carrera de premios, y no sólo en esta categoría. Y todo lo que gane parecerá poco. Este retrato de una familia de clase media a principios de los años 70 en Ciudad de México, centrada en la empleada del hogar Cleo, en un momento convulso de la historia de México, es lo mejor que hemos visto este año, esta década y lo que llevamos de siglo. No sólo por lo meramente cinematográfico, por la minuciosidad de la reconstrucción de época y de modos de vid, sino por su sensibilidad y la humanidad que despliega. El homenaje de Cuarón a su aya Libo es también testimonio y prueba de que las clases sociales existen y de sus perversos mecanismos de subsistencia, y las reacciones a la película demuestran que poco ha cambiado desde entonces. Este es el premio de Roma. Puede que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis aparezcan y le arrebaten el premio a la mejor película del año, pero este es suyo.

Han tenido que pasar maravillas como Nadie sabe, Still walking, Milagro, De tal padre, tal hijo y Mi hermana pequeña para que Hollywood se fije en Hirokazu Kore-eda: Pero bueno es que la primera nominación al Oscar de una película suya sea para esta joya, que ganó la Palma de Oro en el último festival de Cannes. Un asunto de familia es un drama familiar complejo y misterioso, lleno de sutileza sobre una familia de ladrones que adopta a una niña que se encuentran abandonada y a la que enseñan a robar en las tiendas para que participe en el negocio familiar y a pesar de que los informativos hablan de la niña desaparecida. Pero en esta película nada es lo que parece. Construida a base de detalles, momentos, miradas y sonrisas, Un asunto de familia es una película devastadora, delicada e inteligente sobre un grupo de gente marginal que vive asustada y que ha hecho de su unidad causa común, hasta que se da cuenta del mal que hacen todos los días, y también sobre una sociedad, la japonesa, hipócrita y disfuncional. Y es la última película que pudo rodar Koreeda con Kikin Kiri, que murió el pasado septiembre.