Ternera no come ternera

San Sebastián pone el foco en su primer día en el ex líder de ETA y en La sociedad de la nieve, de J.A.Bayona 

No son pocas las ediciones que el Zinemaldia ha contribuido al debate sobre el terrorismo  vasco y las posteriores secuelas en la sociedad. Hubo casos muy sonados, como La pelota vasca y otros más conciliadores como Maixabel. No me llame Ternera, producida por Jordi Évole para Netflix, también ha venido precedida de polémica por si este documental viene a blanquear la imagen del histórico militante de ETA, Josu Urrutikoetxea, apodado, Ternera.

Vista la propuesta en la sección Made in Spain, no es, ni mucho menos el caso. Tampoco tiene la pieza ninguna pretensión cinematográfica, sino que se trata de un documento periodístico cuyo máximo valor es haber conseguido sentar delante de las cámaras al personaje para una conversación tan larga. Évole no tiene que hacer mucho esfuerzo para poner en contradicciones al terrorista porque Urrutikoetxea cae una y otra vez en las trampas que él mismo se pone: por ejemplo, califica de sinsentido el terrorismo islamista por poner en la diana a toda la población occidental, pero justifica los ataques a casas cuartel de ETA donde murieron niños porque la organización había avisado al Estado que estos espacios se convertían en objetivos de la banda…

Resulta más interesante aún la propuesta que realiza el presentador de sentar a escuchar la conversación a una de las víctimas del entrevistado. Al margen de la muy diferente calidad humana de ambos, Évole contrasta también con la dura realidad de la reconciliación (o más bien no) que se está viviendo de forma silenciosa en Euskadi años después de la desaparición de la banda.

El título de la película es una frase casi literal del entrevistado, que no se identifica con su apodo: Josu Ternera. Hablando de cosas de comer, Juan Antonio Bayona trajo hasta Donostia, para la sección Perlak del Festival, La sociedad de la nieve, basada en el famoso caso de los años 70 en la que los supervivientes de un accidente aéreo en Los Andes lograron mantenerse con vida durante tres meses gracias a que decidieron alimentarse los restos de aquellos que sí fallecieron en la catástrofe.

Frente a ¡Viven!, la película norteamericana de 1993 también basada en la tragedia, Bayona decide humanizar a los personajes. Para ello parte de la novela homónima que el escritor uruguayo Pablo Vierci, que supone un análisis más profundo y menos sensacionalista que aquel film. De hecho, la cinta retrata perfectamente ese impactó que causó el interés mediático en los supervivientes.

El director español vuelve a interesarse de nuevo por cómo afronta el humano la adversidad, como ya ocurrió en  Lo imposibleUn monstruo viene a verme, pero en esta ocasión no fuerza la lágrima del espectador con tanta insistencia como en aquellas. De hecho, la cinta supone más bien un tratado sobre el sentido de la vida y sabe graduar la exposición a las inimaginables dificultades que afrontaron estos personajes hasta el punto de hacerlo insufrible también para el espectador.

Su dominio de la puesta en escena tan brutal como suele, a pesar del carácter íntimo y filosófico de los conflictos, y también muy favorecido por todos los medios que Netflix ha puesto a su alcance. La maestría de Bayona en esta exploración de la incertidumbre es tal que el canibalismo forzoso no es, ni mucho menos, el dilema, sino uno de los muchos a los que se enfrenta este joven equipo de rugby.