«Diane tenía razón, el mundo está cambiando, la música está cambiando, las drogas están cambiando. Incluso los hombres y las mujeres están cambiando. Dentro de mil años ya no habrá tíos ni tías, sólo gilipollas.»
Renton está en una discoteca observando como sus coetáneos bailan, beben y se magrean. Lleva bastante tiempo metiéndose heroína completamente aislado del discurrir de la vida, así que la reflexión anterior le golpea de forma brusca. Pero es una obviedad. A todo el mundo le toca vivir un par de cambios transversales en la cultura de masas, en la sociedad y su comportamiento, en el consumo de drogas o en el tipo de adicciones. El personaje de Ewan McGregor no dice nada nuevo pero sirve para marcar donde acaba y donde empieza una generación: en la música, en las drogas y en el sexo.
En Trainspotting (la novela) Irvine Welsh narra la historia de un grupo de jóvenes heroinómanos en Edimburgo. Su prosa es violenta, incluso esquizofrénica, y consigue tejer imágenes terribles donde puedes oler el nauseabundo estrato social en el que deambulan Renton y los suyos. Pero entonces llegó un jovencísimo Danny Boyle y convirtió el texto en una película de culto que hoy es un icono pop. Lo hizo enmarcando las desventuras de estos yonkis en una corriente musical concreta, consiguió darle forma a la letra de Welsh con planos extremadamente arriesgados, cortes inverosímiles y encuadres incómodos para un espectador que devoraba las imágenes con la misma curiosidad con la que se prueba una nueva sustancia psicotrópica. Boyle construyó una película generacional que precisamente hablaba del cambio generacional.
La banda sonora es portentosa, repleta de clásicos ochenteros como Iggy Pop, Lou Reed… Además tiene un ritmo endiablado y goza de la presencia de un jovencísimo Ewan McGregor, del genial Robert Carlyle y de ese animal llamado Peter Mullan. Es negra, irónica, salvaje y llena de frases que han quedado para la posteridad. Ya sabéis “Elige la vida…”
La cinta avanza, sus personajes crecen a la fuerza, se traicionan (a los demás y así mismos), comienza la electrónica, la heroína ya no es la reina de los suburbios… Los años noventa y Trainspotting como un símbolo cinematográfico de una época muy concreta. Ahora 20 años después Boyle nos trae una secuela ¿Hacía falta?
Desde hace ya bastantes años ya no existen películas generacionales, entendiendo el término como cintas sobre una generación que impactan a dicha generación. Las hay, pero no importan. Larry Clark dirigió Spring Breakers para la generación Tinder: la música es Britney Spears, las drogas son la cocaína y mucho alcohol (dos clásicos, todo vuelve), y el sexo ya no es íntimo, es una práctica social mucho más abierta y estrechamente relacionada con la adrenalina que ofrece la violencia. Pues bien, Spring Breakers, que es una película salvaje y maravillosa, solo impactó a cierta parte de la crítica y a un público fascinado por los filtros de Instagram. La generación a la que va dirigida es absolutamente ajena a ella. Y así con todas en los últimos diez años. La última que significó algo para su generación fue El club de la lucha, tan adelantada a su tiempo que hoy sigue vigente (piénsalo cuando estés en el váter sentado con la revista del Ikea).
Y esto ocurre porque el cine ha dejado de ser un gran acontecimiento cultural para las nuevas generaciones. Hay otros estímulos, otras plataformas que les definen, donde encuentran la verdad sobre ellos mismos o desde donde se relacionan, se divierten y disfrutan del arte audiovisual… En cine Marvel es la excepción. Pero tranquilos, todo cambia, acordáos de la frase que abre este artículo.
Entonces, ¿qué pretende Danny Boyle con Trainspotting 2?
Una buena ración de nostalgia. Un reencuentro para sumergir a los personajes y al espectador en un baño de espesa melancolía. Renton vuelve a casa 20 años después y se enfrenta a esos amigos a los que dejó tirados en esa habitación de hotel, sin drogas y sin dinero. La vuelta a casa para Renton y la vuelta a los mejores años de nuestra vida para nosotros, que pasamos nuestra juventud tarareando a Iggy Pop mientras decidíamos elegir o no elegir la vida. El tráiler de Trainspotting 2 está repleto de referencias a la primera película, diálogos casi exactos y escenas que son sutiles copias. Autoreferencias de su autor que parece haber ignorado la segunda parte escrita por Welsh y titulada Porno, que si bien no es tan buena como la primera al menos funciona como una extensión, no como un eco.
No se puede tener nada en contra de los reboots, remakes, versiones o nuevas adaptaciones porque de ahí surgen maravillas como Jurassic World, Episodio VII: El despertar de la fuerza, El gran Gatsby… Pero tampoco podemos ignorar que en cierta forma se está abusando de la nostalgia sin entenderla del todo bien. Por eso fracasan películas como Independence Day: Resurrection y antes RoboCop y antes Karate Kid… Solo algunos privilegiados saben tocar las notas precisas de la nostalgia, Richard Linklater es uno de ellos, o los hermanos Ruffer, autores del último gran fenómeno titulado Stranger Things, o Stephen Chbosky que hizo la última gran película generacional ambientada en una época sin concretar que deambula entre los 70 y los 80, que es Ventajas de ser un marginado.
La última gran película generacional no pertenece a la generación actual. Queda bastante claro.
En Trainspotting 2 se habla de Instagram, de Twitter o de Facebook, pero no da la sensación de querer construir ninguna historia sobre la nueva música, las nuevas drogas o los nuevos hombres y mujeres. Dany Boyle ha traido a Renton y a los demás para darse (y darnos) la satisfacción de un banquete repleto de recuerdos. Cuando un coche atropella a Renton en el trailer y este se levanta, se apoya en el capó y se ríe de la misma forma que lo hizo hace 20 años en el comienzo de Trainspotting todo se convierte en una tragedia. De repente Ewan McGregor parece una sombra de lo que era y Danny Boyle un director a años luz de su época más lúcida.
Pero qué más da… Si puedes elegir la nostalgia.