En un fin de semana sin freno para la sección Perlas del Festival de San Sebastián, hoy domingo ha sido momento de proyectar Gloria, la estupenda tragicomedia chilena ganadora del premio a la mejor actriz en el pasado Festival de Berlín y Fruitvale Station, la gran sensación del último festival de Sundance que ha dejado bastante frío a la prensa acreditada.
La película de Sebastián Lelio, que regresa al festival donostiarra tras resultar ganadora el año pasado del premio Cine en construcción, lo que ayudó a poder finalizar la producción del proyecto, cuenta la historia de Gloria, una señora de 58 años que está sola en la vida. Para compensar el vacío y llenar su tiempo, realiza incontables actividades y por las noches busca el amor en fiestas de solteros adultos. Hasta que aparece Rodolfo.
Planteada casi en tono documental, donde la narración no arrastra al espectador implicándolo en las acciones, sino que se ciñe a reflejar en pantalla la vida de la protagonista, Gloria es un retrato tierno y descarnado de la capacidad vital de una señora madura que se niega a replegarse ante los envites de la vida. Regada durante todo el metraje de diversos reveses de complicada asimilación, la arrolladora personalidad de Gloria, encarnada de manera magistral por Paulina García, resurge constantemente de sus cenizas para hacer de la vida una celebración.
Tensiones, carcajas, canciones, bailes y un uso escalofriantemente certero del silencio, envuelven en un delicado encaje a la protagonista con su entorno, un entorno tan brutal que da miedo, pero del que Gloria se sobrepone con optimista facilidad. Quizá huida hacia adelante, quizá prisa por vivir, en definitiva Gloria es un canto a la vida, un grito de que se pueden superar todos los reveses si se miran desde el prisma adecuado.
Fruitvale Station, en cambio, ha sido una gran decepción. Tras su imparable ascenso en Sundance y su paso por Cannes, la expectación era máxima en su primer pase en España, pero la última apuesta de los Weinstein por construir una historia humana cae en dos pecados capitales del cine: la hipérbole y la previsibilidad.
La cinta, que gira alrededor del incidente que tuvo lugar en la estación homónima en el día de año nuevo del 2009, comienza con el testimonio real en video del momento fatídico, para comenzar la película remontándose a un año antes. No hace falta ser muy avispado para unir los dos unicos puntos que se nos han mostrado antes: la película empieza aquí… y terminará allá. No hay más.
O sí, hay más, pero no interesa, porque para retratar al pobre joven que fatídicamente perdió la vida en el incidente, eligen demasiadas reiteraciones en su bondad, su amor por el prójimo y su incesante ayuda para la conciliación familiar de su casa. Todo el mundo está de acuerdo en que ese pobre muchacho jamás debería haber acabado como resultó en los hechos reales, no hay absolutamente nadie que conozca el caso que no opine eso… por lo tanto todo sobre-esfuerzo por querer reflejar al chico como un foco de bondad están fuera de lugar, no hay necesidad de convencer a nadie, y el personaje se llena de buenas acciones como si la película fuera el retrato de algún personaje bíblico.
Un excesivo e innecesario retrato-denuncia de un hecho que, por su propia naturaleza, genera rechazo. Se puede entender que ésta película pueda utilizarse para dar a conocer el caso, pero el aleccionamiento bondadoso de su protagonista sobra por todas partes.