Amenábar inaugura San Sebastián con algo de histeria colectiva

El Festival de San Sebastián es el evento cinematográfico más importante de este país y Alejandro Amenábar es uno de los directores claves de nuestra filmografía. Era de esperar que algún día el estilo técnicamente perfecto del madrileño le sirviera al festival como punto de partida.  Ese día ha llegado, el sexto largometraje de Amenábar, Regresión, ha hecho los honores como título inaugural de Zinemaldia.

El primer día de un festival de cine siempre se define por la histeria colectiva de todos sus participantes, de los cineastas y actores que llegan y ocupan sus puestos para ser entrevistados una y otra vez por hordas de periodistas que se amontonan en los pases y en las ruedas de prensa. Luego está el público, hambriento de buen cine, de cine raro, comercial, de culto. El público de San Sebastián, concretamente, siempre ha sido muy generoso con las propuestas más originales. Están también los agentes de prensa controlando el cotarro, azafatas y azafatos guiando los pasos de los asistentes más perdidos.  Los grupos de fans gritando a sus ídolos, pidiendo autógrafos y fotos como energúmenos. Y los fotógrafos profesionales,  ese gremio aventurero en busca y captura de rostros conocidos.

Y con todo esto es posible que esa histeria colectiva influya al personal y más cuando la cinta de inauguración trata precisamente de reflejar ese mal. Regresión es la historia de un hombre que no se entera de nada, un detective de Minnesota llamado Bruce Kenner e interpretado por Ethan Hawke que en 1990 comienza a investigar el caso de Ángela una (valga la redundancia) angelical Emma Watson que acusa a su padre de haberla agredido sexualmente. El padre asume la culpa y esa inesperada reacción destapa una conspiración satánica que aparentemente afecta a casi toda la población.

Bebés mutilados, tipos con túnica las caras pintadas, ojos que observan, llamadas a media noche, gente que se tira por la ventana… El personaje de Hawke es el tipo más despierto del pueblo, pero a medida que avanza en el caso, la conspiración se vuelve cada vez más grande. ¿Algo de paranoia, quizá? Amenábar utiliza la regresión, una práctica que consiste en hipnotizar al sujeto para que desentierre recuerdos traumáticos, como una herramienta clave para caso. El director vuelve a desarrollar un sentido de la intriga y el suspense soberbio, con menos frescura que Tesis, pero más fino, más estilizado. Hay secuencias de puro terror y también mucho thriller contenido, pausado, como el que alimentó el género en los 70’.

El mismo Amenábar ha reconocido que su intención era rescatar el tono de películas como El exorcista o La semilla del Diablo. Títulos clave en la historia del cine que evidentemente están a demasiada altura y a los que es difícil emular. Incluso el talentoso Amenábar, a pesar de su buen pulso tras la cámara y su cariño por cuidar el suspense, no ha conseguido que su propio guión aspire a algo más que una correcto thriller, entretenido pero terriblemente predecible. O quizá sea la histeria colectiva, que provoca que nada sea lo que parezca y que Amenábar ya no parezca el talentoso director de Los Otros, sino más bien se haya transformado en el eficiente (pero sin alma) realizador de Ágora.