El ‘Akelarre’ de Pablo Agüero arde pero no quema

Akelarre
Intrascendente
Un relato efectista de las ‘brujas’ perseguidas por la Inquisición. Todo está bien rodado y mejor montado pero no lleva a ningún sitio
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Agitada y esteta

En los últimos años el cine vasco tiene una plaza reservada en la sección oficial de San Sebastián. Ahí se produjo el descubrimiento de la imborrable Loreak y también fue el lugar para otras propuestas muy pegadas a esta tierra como Amama. Este año es una cinta muy vasca pero con realizador argentino la que compite por la Concha de Oro: Akelarre, de Pablo Agüero. Es, además, una de las dos únicas cintas españolas que en este año de tantas producciones interrumpidas han logrado llegar al certamen.

Akelarre es un cuento de brujas clásico, muy alejado del tratamiento contemporáneo que Álex de la Iglesia imprimió en su día a Las brujas de Zugarramurdi, que también se vio en Donosti. Agüero imagina la historia de un grupo de chicas de una aldea costera a las que la Inquisición procesa por brujería por vayaustedasaber qué soplo. Desde luego, la acusación no tiene pruebas y las busca retorciendo sus testimonios y aplicando todo tipo de torturas en nombre del Altísimo.

La propuesta de Agüero es mostrarnos cómo detrás de esa cacería se esconde la represión del deseo sexual, la tortura de un hombre de Dios que siente cosas cuando ve a una joven bonita que canta y baila sin fijarse en el decoro. El inquisidor es el siempre afinado Álex Brendemühl y las endemoniadas un grupo de jóvenes talentos encabezado por Amaia Aberasturi.

La película está rodada con garra y sentido estético y después montada frenética y brillantemente por Teresa Font. Y crea, en efecto, ese ambiente lujurioso y ardiente que corroe al juez, tal y como ya nos contó en mucho menos tiempo El jorobado de Notre Dame, de Kirk Wise y Gary Trousdale, gracias a ‘Hellfire’, un brillantísimo número musical de Alan Menken.

Total, que no era para tanto y Akelarre sabe a muy poco.