‘El chico y la garza’, una gran inauguración para San Sebastián

The Boy and The Heron / Kimitachi wa do ikiru ka
Entrañable
Mizayaki recopila temas y personajes para elaborar una fábula sobre el duelo y la reconstrucción que se siente como un abrazo
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Se nos hizo creer que El chico y la garza era el canto del cisne del más prestigioso director de cine de animación japonés (y mundial), y, aunque hace poco anunciaron desde Studio Ghibli que aún le queda cuerda para una más, a los 82 años, muchos de nosotros nos hemos acercado al Kursaal, en la jornada inaugural de la 71ª edición del festival donostiarra con esa sensación rara de que ibamos a ver el último estreno de una película del maestro del anime. Y como tal es una despedida perfecta: recoge en ella los temas que han aparecido en toda su filmografía y tiene un aire de adiós, es una película de despedidas muy preocupada por aquellos a los que no les queda tiempo.

El chico del título, Mahito, que perfectamente podría ser el mismo Miyazaki a esa edad, es un muchacho en edad escolar que pierde a su madre en un incendio, en plena guerra mundial, y cuyo padre, inesperadamente, se le lleva a vivir al campo con su «nueva madre», que está embarazada. Nada más llegar a su nuevo hogar, una garza intentará llamar su atención de mil maneras y él intentará espantarla. En una de las persecuciones llegará a una torre abandonada, sobre la que los sirvientes de la casa le advertirán mil y una veces. Pero tras un incidente en su nuevo colegio que le tendrá varios días en cama, su curiosidad y la desaparición de la «nueva madre» le llevará a adentrarse en el castillo, que en realidad es un portal hacia un mundo sobrenatural. La película está basada en una novela de Genzaburo Yoshino, publicada en Japón en 1937, que se puede ver en uno de los momentos fundamentales.

Nuevamente nos encontramos con seres que metamorfosean su aspecto animal en humano y viceversa, abuelas desproporcionadas, seres sobrenaturales cuquis, aventuras clásicas y grandes viajes de búsqueda, un sentido del humor que a veces roza el slapstick, y sobre todo la esplendorosa partitura de su músico habitual, Joe Hisaishi, en un filme que busca esa familiaridad con el espectador, que se toma su tiempo para exponer el conflicto, a ratos se eleva en simbolismo sobre otras obras del autor, pero que en muchos momentos se siente como un abrazo cálido, para contar una fábula sobre el duelo y la pérdida, pero también sobre la reconstrucción desde el dolor y la destrucción.