La decisión de la Academia de Hollywood de duplicar el número de nominaciones a la mejor película es la reforma más importante de toda la historia de los Oscar. Diez competidoras por el premio máximo traerá, se ha dicho ya, una competición más abierta, pero también que más largometrajes se beneficiarán de la promoción que supone ser finalista a la estatuilla. Al mismo tiempo, la Academia espera que entren películas más populares y, con ello, que suban las audiencias de la ceremonia en televisión. Aún así, hay que preguntarse: ¿se abarata el prestigio de competir por un Oscar?
La noticia de las diez nominaciones cayó ayer como una bomba cuyos efectos aún son difíciles de calibrar. Se ha mencionado que no es nuevo, que ya hubo diez candidatos en el pasado, pero esta circunstancia es tan cierta como imposible resulta trazar la comparación entre la carrera por los Oscar en los años treinta y en la actualidad. En 1943, cuando se impuso el límite de cinco, no había televisión que metiera la ceremonia en los hogares de todo el mundo, ni los estudios (que era también distribuidores y exhibidores) se jugaban cientos de millones de dólares (los que se gastan en promoción y los ingresos que reporta una nominación).
La primera consecuencia será, desde luego, una competición más abierta, con más películas susceptibles de dar la sorpresa final. Así, echando la mirada a la última edición, hubieran podido aspirar a la estatuilla dos grandes favoritas del gran público, El caballero oscuro y Wall·E, así como otras cintas más arriesgadas como Revolutionary Road. Será, pues, el momento para que entren a competir por el premio máximo las películas de animación, pero también las extranjeras. Es posible que, con ello, los premios específicos para estos dos grupos de largometrajes pierdan su sentido. Podría ser, incluso, que se nominen documentales o, como bromeaba ayer el presdiente Sid Ganis, podría hasta entrar una comedia.
¿Cómo va a cambiar esto la carrera? Es difícil de vaticinar, pero muy probablemente va a provocar que la categoría de mejor director cobre más peso del que tenía. Si ya era complicado que una cinta cuyo realizador no compitiera por la estatuilla se llevara el gran Oscar, ahora con diez largometrajes, el apartado a mejor director posiblemente se va a convertir en una especie de faro que guiará a los votantes en el tramo final.
Al mismo tiempo, la medida viene a satisfacer a los grandes estudios y al gran público. Ambos estaban acusando terriblemente que en la última década los Oscar hayan estado copados por producciones independientes (o pseudoindependientes), con poco tirón en la taquilla. Los estudios se gastan fortunas en la promoción de sus títulos más caros y ambiciosos que, muchas veces, sólo encuentran hueco en las categorías técnicas. Y el público se muestra muy poco interesado en una competición en la que desconocen muchos de los títulos que participan y que tampoco despiertan su interés.
Buena prueba de ello son las discretas audiencias que viene registrando la retransmisión de la ceremonia de entrega en los últimos años. Nada hubiera hecho más feliz a la cadena ABC y a la propia Academia que, por ejemplo, el año pasado El caballero oscuro hubiera figurado entre las cinco finalistas: su legión de fans se hubiera traducido en varios puntos más de share. Y, con ello, la venta de publicidad y patrocinios hubiera sido mucho mayor.
Aún hay más: el doble de películas van a poder lucir en sus carteles el rótulo de “Nominada al Oscar a la mejor película”. En época de crisis pero, sobre todo, en tiempos en que el DVD y las descargas por Internet horadan permanentemente la cuota de las salas, toda ayuda es bien recibida. Y esto parece que puede ser un empujón extraordinario.
Aún así, se plantea una grave duda: ¿va a entender el público que haya diez largometrajes que aspiren al Oscar? ¿Hay suficientes buenas películas para justificar tanto nominado? Seguramente dependerá de cada año, pero lo que es seguro es que nunca las diez serán títulos sensacionales. Ayer en la presentación, Sid Ganis rememoraba los títulos que compitieron en 1939, el año en que se produjeron más clásicos de toda la historia del cine. Pues bien, ahí están nominados tan irreprochables como Lo que el viento se llevó, La diligencia, El mago de Oz, Amarga victoria, Caballero sin espada o Ninotchka, pero también De ratones y hombres y Cumbres borrascosas Adiós Mr. Chips, y Tu y yo, todas ellas grandes películas pero a distancia del primer grupo. Y eso que estamos hablando del mítico 1939.
Por último, una reflexión que debe extrapolarse a la Academia española, cuyo gobierno acaba de ser renovado, y a toda la industria nacional. Esta medida es la mejor prueba de que la institución estadounidense tiene clarísima su finalidad: promocionar las películas. Los Oscar son la mejor herramienta de marketing con la que cuenta Hollywood, con sus mil millones de telespectadores en todo el planeta y los ríos de tinta que les rodean (esta página web es buena prueba de ello). A ver si esta filosofía arraiga por fin en España, no sólo en la Academia sin también en el resto de los implicados. No se trata, obivamente, de que haya también diez candidatos a los Goya, pero sí de que quede claro de una vez por todas que el sentido de los premios es motivar a los espectadores y no satisfacer egos. Casi seguro que en los próximos meses el equipo de Álex de la Iglesia tendrá algún anuncio que hacer.