Tras dejar la segunda y tercera entrega en otras manos, el director, guionista y productor Paul W. S. Anderson vuelve a ponerse tras las cámaras para hacernos llegar Resident Evil: Ultratumba, un nuevo añadido a la saga con muy pocas novedades argumentales, pero con un buen atractivo: la proyección en 3D, tras ser rodada con las mismas cámaras que utilizó James Cameron en Avatar. El resultado es visualmente espectacular, pero para poder disfrutarla, a no ser que se sea fan acérrimo de la franquicia, hay que dejarse el cerebro en casa.
Lo primero que hay que concederle a Anderson es que, como buen amante de los videojuegos, es capaz de trasplantar algunos de los mejores momentos jugados en la Playstation 3 o la XboX 360 (en este caso de la entrega más reciente aparecida en estos formatos, Resident Evil 5) a la gran pantalla. Además, como buen barman cinematográfico, ha demostrado en bastantes ocasiones que puede mezclar en su coctelera múltiples referencias, en este caso desde Matrix hasta Amanecer de los muertos, y dotar a sus imágenes de fuerza, potencia y estilo. Pero sólo como un artesano sabe hacerlo; no hay ningún rasgo autoral o de particular interés en su cine.
Y si bien el Anderson director puede llegar a entretenernos con sus planos, movimientos de cámara y montaje, el Anderson guionista es capaz de sonrojarnos y producir vergüenza ajena. Sin ánimo de desvelar demasiado de la trama, que por otra parte es bastante simple y risible, tras una introducción a través de la cual se consigue de cierta forma volver al inicio de la saga, para escapar así del callejón sin salida en que se había convertido el personaje protagonista de Alice (Milla Jovovich), insultantemente invencible con tantos superpoderes, la película se centra en el intento por parte de Alice y Claire Redfield (Ali Larter) por alcanzar un transatlántico, el único reducto en el mundo libre de la infección del Virus T.
La excusa gracias a la que, de camino, se detienen en un edificio habitado por un puñado de supervivientes y asediado por una horda de muertos vivientes, es tan demencial que invalida cualquier atisbo de lógica que quieran imprimirle al resto de la cinta. Para echar más leña al fuego, los diálogos parecen ir dirigidos exclusivamente a algún perfil de adolescente lobotomizado, algo que por otra parte también se encuentra en los videojuegos, que nunca se han caracterizado por dotar a sus historias de profundidad, al contrario de casos como el de la saga de Final Fantasy. Pero el caso es que el insulto a la inteligencia que es el libreto que ha perpetrado Anderson podrán pasarlo por alto los fanáticos de la acción y el terror menos exigentes. El resto no sabremos a dónde mirar, incómodos.
El reparto tampoco ayuda a mejorar la calidad del producto. Desde una Jovovich (esposa y musa de Anderson) que se limita a poner el mismo rictus serio durante la hora y media de metraje, a unos Larter y Wentworth Miller (la nueva incorporación, como Chris Redfield) encarnando a unos improbables hermanos, con cara de «páguenme el cheque ya, y a otra cosa, mariposa». Como apunte curioso, cabe destacar la aparición del español Sergio Peris Mencheta, en un rol fuerte que, por desgracia, apenas le dejan desarrollar, sumiéndolo además en los eternos estereotipos del mexicano/latino de turno.
Los que consigan asistir a una proyección de esta película con el encefalograma plano podrán, eso sí, disfrutar de una notable fotografía de Glen MacPherson, basada en el uso de la tecnología estereoscópica que James Cameron desarrolló en Avatar y que da como resultado unas imágenes realmente impactantes. Asimismo, la banda sonora de tomandandy (Las reglas del juego) es interesante, aunque termina cayendo en la repetición. El final, por supuesto, vuelve a quedar completamente abierto para que puedan seguir bombardeándonos con la quinta parte de la franquicia. Pero, por favor, señor Anderson, sea usted bueno y deje la escritura a manos de personas más capaces. No le digo un Sheldon Turner, pero seguro que hay algún miembro de la WGA que pueda dar forma a una trama y a unos diálogos que no hagan que nos sangren los oídos.