Los Miserables, que supone el gran acontecimiento cinematográfico (por encima del otrora todopoderoso Peter Jackson) y musical del año llega por fin a los cines el próximo 25 de Diciembre con una expectación inusitada e inimaginable en los tiempos de internet, donde la información y los rumores corren como la pólvora. El resultado es más que satisfactorio, pero como todos los musicales, solo apto para aquellos que estén dispuestos a asumirlo. Tom Hooper no puede hacer milagros. Todavía.
La historia de un hombre que, tras habérsele brindado una segunda oportunidad, y habiendo roto su deber para con la ley, decide expiar sus pecados ayudando al prójimo y haciéndose cargo de una niña pequeña a la que juró proteger el resto de sus días se ha convertido ya en algo universal, pero cuando menos lo espera, su pasado convicto vuelve para atormentarle. Mientras tanto, en las calles de Paris, una revolución silente bulle entre los estudiantes para denunciar a unos políticos que solo favorecen a la anquilosada burguesía y se olvidan de las clases más desfavorecidas. Estremece encontrar una película con tantos ecos de la situación actual.
No es ningún secreto que la producción de esta película ha supuesto un complicado esfuerzo de elaboración, siendo el primer musical filmado en el que las canciones eran grabadas en el set, en directo, con los actores cantando mientras interpretan sus papeles. Parecido, e igual de satisfactorio, es el esfuerzo como espectador para enfrentarse a una película así. Una arriesgada apuesta formal solo apta para los espectadores más dispuestos a entregarse a 158 minutos de una de las películas más valientes de todo el año, que adapta el que quizá sea el musical más conocido de la historia del género.
Tom Hooper, que ya ganó su primer Oscar por su original y rupturista forma de dirigir El discurso del rey, continúa aquí con su impronta autoral con una planificación que poco tiene que ver con el musical clásico, un soplo de aire fresco al género que genera agradable desconcierto frente a la expectativa habitual en estos filmes. En Los Miserables hay ecos del cine europeo más clásico, desde Dreyer, hasta Bresson, pasando de puntillas por Bergman y hasta por Antonioni. Los maestros de Hooper son los que ponen en pie una magnánima y faraónica puesta en escena que presume de fastos en su producción con un punto de vista muy poco acostumbrado a manejarse en estas condiciones. Arriesgadas decisiones que no agradarán a todo el mundo, pero que sin duda revisten de maestría y decisión la que probablemente sea la única forma de adaptar un musical tan clásico y tan arraigado en la cultura popular.
Desgarradora supone la escena en la que Anne Hathaway interpreta (en directo, no lo olvidemos) el mítico ‘I dreamed a dream’ en un primer plano fijo sostenido durante toda la canción que unido al inconmensurable talento de esta joven actriz marcan la escena como uno de los mayores hitos recientes en el cine musical y garantiza su paso a la historia del género. Una de las miles de valientes decisiones de realización que se suceden a lo largo de las dos horas y media largas del metraje, como escoger la cámara en mano y los planos cortos para hacer al espectador formar parte de la historia y convivir con los personajes la tragedia de Los miserables.
Continuando con el reparto, encontramos como cabeza de cartel a un prodigioso Hugh Jackman que despliega todo su talento para encarnar a Jean Valjean, el Ulises de la revolución francesa, y que arriesga en su trabajo más de lo esperado frente a sus compañeros al enfocar su interpretación en el sentimiento más que en lo musical, así como acompañar la evolución física del personaje hasta su voz, quebrando su interpretación vocal según el personaje avanza en el tiempo y en la historia, lo cual hace que en varios temas de la banda sonora, donde el actor arrastra algunas frases o directamente habla y recita las canciones, u otras en las que la voz apenas le sale de la garganta pueda verse como una merma frente a sus compañeros. Nada más lejos de la realidad.
Igual que Hathaway, cuyo talento está fuera de toda duda, deslumbra en su participación, Eddie Redmayne, el joven Marius, que supone igualmente una revelación dentro del reparto. Aunque, para sorpresas gratas, nada como el titánico esfuerzo más que notable de Russell Crowe, un actor con evidentes carencias de aptitud frente al papel del atormentado Javert, pero que con una actitud nada desdeñable de esfuerzo y gallardía consigue defender con notable resultado uno de los personajes más complejos de la epopeya de Víctor Hugo. Su interpretación de ‘Stars’, aunque no necesariamente perfecta, emociona.
Entre el elenco de noveles en la obra, resplandece con luz propia Samantha Barks, que ya formó parte del reparto original del montaje musical en el montaje teatral del West End londinense, dando vida a una Éponine inolvidable, también por su descarnada interpretación del aclamado ‘On my own’, y , sobretodo, de ‘A little fall of rain’, donde, como ya se ha destacado de Hathaway, el director entrega la escena a su actriz, con menos pompa, pero misma circunstancia.
Es difícil encontrar una pega al extensísimo reparto que completan Amanda Seyfried, Helena Bonham-Carter y Sacha Baron-Cohen (genial en su papel del mesonero Thenardier), que cumplen a la perfección su rol en la película; pero sí es divertido encontrar los pequeños guiños del casting a los seguidores del musical original, como la elección de Colm Wilkinson, que interpretó a Jean Valjean en la producción original en el teatro allá por 1985, para interpretar al obispo de Digne, o Frances Ruffelle que hizo lo propio con Éponine en el West End londinense y aquí encarna a una de las prostitutas que canta ‘Lovely ladies’. Además tiene una breve aparición Stephen Tate, que en la película interpreta a Fauchelevent y en la producción original encarnó a Monsieur Thenardier, así como a Babet en el concierto del 25 aniversario.
Mismo peso que el reparto recibe toda la impecable y costosa producción cuidada al detalle que, en contrapunto a la propuesta formal de realización, y como no podría ser de otra forma, es de un clasicismo extremo, delicada y que conforma un verdadero universo propio para la película. Universo que gracias a la realización no deja rincón por enseñar y ayuda al espectador a crear un mapa mental de la acción en la que discurrir junto a la cámara. Mención especial para el impecable, profuso y omnipresente vestuario diseñado por el español Paco Delgado, que, tras una fantástica carrera hasta ahora, ha logrado que Los Miserables sea lo que es, en buena parte, por el vestuario que ha diseñado. Resulta un verdadero placer pasear por esas calles, habitar esas casas, defender esas trincheras y presenciar esos cantos agónicos por la libertad gracias a la acertadisima mirada de Hooper.
Sin duda, el británico ha conseguido trasladar la emoción del musical a la pantalla, mejorar la comprensión de la complejísima historia respecto al montaje teatral y estructurar como un omnisciente maestro de ceremonias esta monumental adaptación de la que supone una de las obras claves de la literatura, el musical y, porqué no, también el cine reciente.