"A VIDA O MUERTE"(Michael Powell y Emeric Pressburger, 1946): Amor más allá de la muerte

Hace unos meses, en este mismo blog, hablaba de lo sorprendente que era descubrir viejas joyas del cine británico como «Narciso Negro» y alababa la película de Powell y Pressburger como una de las mejores películas (y de las más originales) de la historia del cine. «A vida o muerte» quizá no es una película tan redonda como esa otra, pero a buen seguro que sigue siendo un verdadero shock para el espectador actual.

La historia comienza cuando un oficial británico está a punto de morir dentro de un avión que va a estrellarse en plena Segunda Guerra Mundial. En esos momentos de angustia contacta con una chica americana por radio y ambos tienen una conmovedora conversación impropia en dos completos desconocidos. Poco después, y en un blanco y negro que contrasta con los rojizos y metafóricos colores que hemos visto en la trágica secuencia, vemos el cielo. Sí, el cielo con mayúsculas: un lugar marcado por la burocracia y una organización metódica en la que, sin embargo, se ha colado un gravísimo error: el piloto que había de morir ha sobrevivido y se ha enamorado de una chica americana. El encargado de devolverlo al cielo será un viejo aristócrata que perdió la cabeza, literalmente, durante la Revolución Francesa. A la originalidad absoluta de esta historia hay que añadirle la premisa básica con la que nació esta película (y la que más la perjudica, ya que el único fallo de la misma es la parrafada entre los dos «abogados» en el juicio final que se celebra para el piloto, en el que las comparaciones entre Gran Bretaña y Estados Unidos son aburridas, pueriles e innecesarias): era un encargo para fomentar, después de la guerra, la unión entre América e Inglaterra.

Powell y Pressburger supieron hacer mucho más por el film hasta convertirlo en una surrealista muestra del más allá y en una romántica y colorista historia de amor que subvierte la regla básica de ese otro clasicazo que es «El mago de Oz»: aquí es la tierra el lugar pletórico de Tecnicolor y el cielo un lugar gris y organizado en blanco y negro. Además, la invención de la cámara de ambos realizadores no tiene fin: baste como ejemplo el travelling subjetivo desde la mesa de operaciones o el plano en el que el ojo del protagonista, un magnífico David Niven, se va cerrando como si la cámara estuviese en la parte interior del mismo. Son virguerías formales que incluyen una flor como transición entre el blanco y negro y el color (y entre dos mundos diametralmente opuestos) y depositaria de una lágrima por amor que será fundamental en la historia. Romanticismo poético, colores cargados de significado, originalidad y crítica a algunos de los aspectos más obsoletos del «british establishment»¿ se le puede pedir algo más a una película?

VALORACIÓN:

Escena en la que David Niven acaba de salvarse del accidente de avión y que muestra el surrealismo onírico de la película. Esta secuencia fue suprimida en Estados Unidos(donde la película se llamó «Escalera hacia el cielo») debido al desnudo del niño que aparece en ella.