Si preguntásemos a Freud sobre una figura femenina clave en sus estudios psicológicos, la «histérica» ocuparía un puesto de honor. Dados los cambios sociales que se han producido en el movimiento feminista, hoy sería políticamente incorrecto hablar del despecho surgido del desamor como un sentimiento exclusivamente femenino y basado en la idea preconcebida de la maldad de la mujer. El cine que se atrevía a desafiar el buen gusto y lo correcto dio muchos personajes de mujer despechada. En los 30, Greta Garbo, Marlene Dietrich y Bette Davis sufrieron por amor y acabaron convertidas en mezquinas másquinas de hacer daño. En «Susan Lenox» , Garbo le hacía pagar caro a Clark Gable haberla rechazado y en «Capricho imperial», la Dietrich era una vengativa y manipuladora Catalina la Grande. Una de sus frases ejemplificaba a la perfección su transición de niña inocente a perversa zorra aspirante al trono: «Ahora que sé lo que el pueblo ruso espera de mí, me siento mucho mejor»
Bette Davis hizo lo propio en «Jezabel», donde un vestido rojo era un desafío social que la llevaba a perder a su prometido, Henry Fonda. Su mejor venganza era salvar su despecho mediante el duelo a muerte, incitado por ella, de dos caballeros. El retrato más verosímil del engaño amoroso convertido en venganza lo «pintó» una magnífica Olivia deHavilland en «La heredera» de William Wyler. La forma en la que pierde su inocencia y acaba lastimando a su padre y a su amante sigue siendo conmovedora y una prueba de su talento como intérprete. Más recientemente, la adaptación de la novela «Las amistades peligrosas» en manos de Stephen Frears nos daba retratos fidedignos de la manipulación sexual como única salida a la falta de amor. Así, la marquesa encarnada por Glenn Close era una maquiavélica bruja dieciochesca que se permitía el lujo de hacer daño por puro placer. La versión adolescente de la misma historia, «Crueles intenciones», enfatizaba estos aspectos en una deliciosa Sarah Michelle Gellar.
«Las hermanas Bolena», dirigida por Justin Chadwick, es una muestra más de este tipo de personajes tamizados por la corrección política. Ana Bolena está encarnada por una Natalie Portman que muta en loba herida cuando su hermana capta la atención amorosa de un erótico Enrique VIII. La revancha, como saben todos los amantes de la historia, se volvió contra ella, acusada de bruja y guillotinada por el propio rey. Razones no le faltaban al monarca según la visión de los tiempos: la Bolena lo había apartado de su hermana, de su esposa Catalina de Aragón y del Vaticano. Nada da fuerza a una película floja, comercial y con aires de telefilme que no sabe aprovechar ( o no quiere dadas las limitaciones comerciales del erotismo en las pantallas norteamericanas) la lujuria que despiertan Eric Bana, Scarlett Johansson o la Portman. El intento es hacer cine clásico y copiar el modelo de cintas como «La vida privada de Elizabeth y Essex», pero la cinta se acaba convirtiendo en una radiografía del despecho al igual que «La solterona», vieja película cebada en la rivalidad entre Bette Davis y Miriam Hopkins. Con las miradas de odio entre Scarlett Johansson y Natalie Portman, el cine de Hollywood demuestra que las venganzas por amor siguen siendo patrimonio de las féminas.
VALORACIÓN de «Las hermanas Bolena»: ***