La historia de la película puede recordarnos a otras muchas películas de terror: una adulta que fue huérfana en su infancia regresa al orfanato en el que se crió para vivir con su marido y su hijo adoptivo y para montar un orfanato para niños discapacitados. La cosa se complicará cuando su hijo comience a practicar extraños juegos con lo que parece que son fantasmas y desaparezca, provocando el terror y el pánico de una madre que ya no sabe qué es verdad y qué es mentira. Esta ambiguedad de la historia, el no saber hasta qué punto todo forma parte de la imaginación de la protagonista (a pesar de ese innecesario y demasiado explicativo epílogo con el personaje del marido) recuerda mucho al «Suspense» protagonizado por Deborah Kerr en 1960 y la aleja de la película con la que la han comparado innumerables veces, «Los Otros» (Alejandro Amenábar, 2001), donde todo quedaba atado y bien atado.
Sin embargo, el riesgo de no ser original en una cinta de terror es palpable. Los amigos invisibles o el niño con el saco en la cabeza bien podrían tener su fuente de inspiración en «El Resplandor» de Kubrick, los golpes de niños fantasmales en mitad de la noche podrían recordar a «Al final de la escalera» y el giro final en el guión a la eternamente imitada «El sexto sentido». Sin embargo, Bayona logra imbuir su película de una tensión muy particular llena de referencias al «Peter Pan» de Barrie y la convierte en un drama acerca de la necesidad infantil de amor maternal. Nada nuevo, pero sí muy logrado a través de una milimétrica y elegante puesta en escena y de una formidable interpretación de Belén Rueda: su monólogo (aunque su personaje crea que está dialogando en ese momento) acerca de cómo conoció a su hijo adoptivo mientras la cámara se le acerca en una sola toma, es una prueba muy significativa de que nos encontramos con una nueva dama doliente en nuestro cine, a la altura de Aurora Bautista o Maribel Verdú.
Trailer de la película