"LA SOLEDAD DEL PODER Y LA FRIVOLIDAD"(Crítica de la película "María Antonieta"(Sofía Coppola, 2006)

Todos aquellos que me conocen saben que Sofía Coppola es una de mis directoras ( como si hubiese tantas) predilectas y que ésta película la he esperado desde hace más de un año como un niño espera un juguete para el día de Reyes. Tener la gran oportunidad de ver la película antes de que llegue a las pantallas españolas ha sido como un regalo en forma de celuloide. «Lost In Translation» me parece una de las grandes maravillas de esta época, minimalista y poética, retrato agridulce sobre la soledad y el desencanto y poema visual sobre el aislamiento y la incomunicación humana sin apenas trama narrativa. Obviamente para muchos el cine de Sofía Coppola es un soberano aburrimiento sin narración explícita, pero para mí incluso esta inferior «Maria Antonieta» tiene siempre algo que ofrecer. A priori, la Coppola no era la directora más propia para un proyecto de una envergadura tal que podría haber sido materializado perfectamente en forma de superproducción hollywodiense. Pero sí, su retrato ambiental, impresionista e incluso cómico del Versalles que precedió a la Revolución Francesa se muestra perfecto para encajar su poesía visual y su ya habitual retrato de una adolescente acomodada que busca su lugar en el mundo.

La historia de la última reina de Francia es bien conocida por todos: la guillotina y la Revolución acabaron con su cabeza y con su reinado y famosa ha sido durante siglos su frivolidad, fiestas opulentas y su desdén hacia el hambre del pueblo. Coppola la retrata aquí como cualquier adolescente de nuestra época, capaz de hacer dibujos en el vaho del cristal del carruaje que la lleva a Francia, de tener una típica antagonista propia de un instituto (la condesa DuBarry), de irse de fiesta hasta el amanecer, o de volver soñadora e ilusionada a casa tras conocer a un apuesto joven(el conde con el que fue famosamente infiel a Luis XVI). Precisamente por eso la película alcanza el cénit en sus momentos más pop, con canciones de New Order en celebraciones, con los Strokes sonando en su coronación, el «I Want Candy» con una orgía visual de pasteles, zapatos y opulencia y el «Hong Kong Garden» de fondo para una fiesta de máscaras. Pero también hay lugar para la poesía y la reflexión y Coppola vuelve a hacer uso de su personalísimo estilo cuando la reina está en la campiña o cuando mira atardeceres y soles que se filtran entre las ramas de un árbol (plano ya recurrente de la autora en sus tres películas) para mostrar un aire poético a ritmo de música de la época, para mostrar la frustración y la incomprensión de una reina joven aislada en un lugar que le es ajeno, con un marido impotente al que no puede amar y con una política que no le interesa lo más mínimo ( la escena en la que responde a una cuestión política de su consejero preguntándole por la altura de las mangas de su vestido es verdaderamente genial en cuanto a diálogos se refiere). Cada vez que la monarca recibe una carta de su madre desde Austria, la Coppola la recrea con la voz en off de la misma con momentos sublimes, cámaras que se alejan de la reina aislada en una minúscula ventana del enorme palacio o con su figura atrapada en el reflejo de un espejo que parece simbolizar el aprisionamiento de la misma como en el mejor de los melodramas de Douglas Sirk. La directora pone el acento en momentos dramáticos que verdaderamente ponen la piel de gallina( el cambio de un cuadro por otro sirve para narrar el fallecimiento de un personaje que no desvelaré y la falta de acompañamiento en los aplausos de la reina en una función operística es, aparte de un contraste brutal con una escena previa, la escenificación perfecta de su pérdida de popularidad). El montaje fragmentado y la fluidez de muchos momentos de cámara al hombro sirven como contraste a las escenas más estáticas en las que la composición de perfectos encuadres frontales trata de mostrar la ironía, el ridículo y el aburrimiento del rígido protocolo que tenía que seguir: ser vestida por una corte de ridículas damas, comer con un marido inerte y poco hablador, ir a misa y soportar su impotencia sexual cada noche ( esta serie de acontecimientos se repiten hasta tres veces en la película; la segunda y la tercera de manera más breve y rápida como es obvio, para resaltar el carácter soporífero de los mismos)
Muchos se han quejado de la falta de profundidad histórica, del retrato frívolo de la reina como si fuese una Barbie festiva y decadente o de la ausencia de la Revolución o la guillotina en la película( los gritos del pueblo se ofrecen en «off» con un plano general de Versalles de fondo visual; clara muestra del desinterés de la Coppola por mostrar la Revolución) pero cuando la reina agacha la cabeza simbólicamente frente a su pueblo no se puede negar que la película se crece y tampoco se puede obviar que ésta es una película sobre la monarca y sobre su punto de vista; la historia de una niña reina que era absolutamente ignorante de su importante papel en la política del país y que sólo soñaba con ser joven y divertirse. Cierto es también que el carácter minimalista de la autora no resulta esta vez tan apropiado como en sus dos películas anteriores, ya que se echa en falta más diálogo y se pasa demasiado de puntillas por los acontecimientos finales mientras que otros prescindibles ocupan más espacio, lo cual hace que la película sea irregular en cierto modo. Una mayor profundidad en los secundarios y una mayor incisión en los diálogos habría dado como resultado una obra maestra que esta película, por desgracia, no es(el chiste a Luis XVI en la fiesta de disfraces por parte de un borrachín es la prueba de que momentos puramente verbales como ése podrían haber resultado geniales en el film). Pero la película es innovadora, más reflexiva y contemplativa de lo que se puede suponer en los trailers, y desde luego divertida y dedididamente pop en sus anacronismos. También es una película visualmente espectacular a la que ayuda un magnífico vestuario dieciochesco, una fotografía de lujo y unas localizaciones enmarcadas en el auténtico palacio de Versalles. Y no sólo eso; «María Antonieta» es ya el papel definitorio y evolutivo de la niña vampiro, Kirsten Dunst, que se crece como nadie en algunos momentos de la película como los últimos minutos de la misma. En resumen, puede que no sea una maravilla, una obra maestra, pero cuesta entender los abucheos en Cannes hacia esta película contemplativa, divertida y bella. Desde luego que no es una película para el público, y desde luego que su fracaso en la taquilla americana y el desprecio de muchos críticos debería suscitar un debate interesante: ¿hasta qué punto está obligada una película a ser una lección histórica? Tal vez el hecho de que la película de Sofía Coppola no sea precisamente eso es lo que ha despertado tantas controversias. Yo lo tengo muy muy claro: I want Candy…

La barroca y genial secuencia a ritmo de «I want candy» con zapatos , champagne y mucha ostentación…