"LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER"(Norman Taurog, 1938): La literatura de David O’ Selznick

Como muy bien dijo él mismo, David O’Selznick será siempre recordado como el productor y alma mater de la que quizá siga siendo la película más famosa de todas, «Lo que el viento se llevó». Sin embargo, durante los años 30 su estilo de producción se convirtió en el ejemplo de Hollywood trasladando material literario a la gran pantalla. Primero lo hizo en la RKO, con producciones como «Mujercitas» (George Cukor, 1933) y después en la Metro, donde dio vida a las palabras creadas por Dickens en «David Copperfield» (George Cukor, 1934) o «Historia de dos ciudades» (Jack Conway, 1935) , y a las de Tolstoi en uno de los míticos films de la Garbo, la «Ana Karenina» dirigida por Clarence Brown en 1935. Para las empobrecidas audiencias que veían esas lujosas adaptaciones durante la década de la Depresión, éstas eran una forma de cultura, una afirmación hollywoodiense para paliar y desafiar el tópico sobre la incultura de la América profunda.
En el año en que produjo «Las aventuras de Tom Sawyer», Selznick ya tenía su propio estudio y no necesitaba el mecenazgo de ninguna de las «majors». Seguía siendo tan audaz como de costumbre. Era uno de los pocos productores que utilizaban el Tecnicolor, y la adaptación de la famosa novela de Mark Twain le servía como un test de vestuario y dirección artística para «Lo que el viento…» que ya se encontraba en fase de preproducción. El célebre y travieso niño que vive a las orillas del Missisipi fue siempre el símbolo de la infancia norteamericana de espíritu indomable, tan rebelde y luchador como la naturaleza agreste y marcadamente yankee que lo rodeaba. El guión era el adecuado, ya que se beneficiaba del carácter episódico de la novela sin pasar por alto las muchas travesuras del pequeño: como testigo de un crimen en el cementerio, molestando continuamente a su primo o fingiéndose muerto mientras contempla divertido su propio funeral. Acaso el episodio más recordado sea aquel en el que Tom y su amiga quedan atrapados en una cueva. En esa escena que sirve de memorable clímax a la cinta, los planos generales y la música de Max Steiner ayudan a crear un ambiente de claustrofobia rematado con imágenes tan atractivas como la de la silueta de Tom recortada a contraluz cuando encuentra una salida, o su huída del indio y granvillano de la historia. Gran parte de los aciertos visuales del film se centran en el color, que parece sacado de las ilustraciones del propio libro, en el lujoso diseño de producción de William Cameron Menzies y en el continuo uso del «slapstick», con gags visuales que añaden humor incluso a las escenas más cursis y a los horrendos primeros planos de los (exageradísimos) niños llorando. La ironía que conllevan los momentos melodramáticos al ser fruto de las gamberradas infantiles hacen que el azúcar no acabe por estropear la película.

Para encontrar al Tom Sawyer perfecto, Selznick hizo un cásting entre cientos de niños. El elegido fue Tommy Kelly. Sus rizos, su cara de travieso y sus pecas lo convirtieron en la viva imagen del personaje. Lamentablemente, su carrera posterior fue insignificante y acabó en Chicago ejerciendo de profesor , mostrándose reacio a comentar su breve paso por Hollywood. Si la de Kelly es una digna interpretación, no se puede decir lo mismo de otros niños del reparto, como la cursi e histriónica Ann Gillis en su encarnación de Becky. Afortunadamente, los secundarios adultos son un lujo y entre ellos se encuentran nombres tan ilustres como los de May Robson (la abuela de «Ha nacido una estrella» ) el mítico y oscarizado Walter Brennan o Margaret Hamilton (la bruja de «El mago de Oz» ) Es una pena que una película tan correcta no tenga una digna edición en DVD ni siquiera en Estados Unidos. También lamentable fue su discreto paso por las salas en 1938. Quizá sea esa la razón por la que Selznick sigue siendo, simplemente, el creador cinematográfico de Scarlett O’Hara para muchos espectadores. Sin embargo, este clásico a reivindicar sirve de valoración de su figura como productor y de recuerdo hacia Mark Twain, escritor y feroz oponente del puritanismo y el aburrimiento del tiempo que le tocó vivir mediante la espontaneidad de sus personajes. Decía Twain que la alegría y la risa son las que siempre nos han de acompañar, y sus creaciones son un buen ejemplo de ello. Puede que ese sea el legado de este colorido Tom Sawyer para los espectadores de un siglo XXI a las puertas de una incierta crisis económica.

VALORACIÓN:****