"MAGNOLIAS A LA LUZ DE LA LUNA"(Crítica de "Jezabel", William Wyler, 1938)

Muchas han sido las películas sobre el viejo sur norteamericano que han perpretado una visión romántica e idealizada de un mundo lleno de grandes mansiones, galantes caballeros y elegantes damas. La más popular es precisamente la película más famosa de la historia: «Lo que el viento se llevó». Justo cuando la épica historia de Scarlett O’Hara y Rhett Butler estaba en preproducción, la Warner preparaba su propia historia sureña: «Jezabel«. La obra teatral de Owen Davis Jr. era el vehículo perfecto para su estrella, Bette Davis y tenía varios elementos en común con «Lo que el viento se llevó»: una joven caprichosa y malcriada que desafía a un hombre y rompe los estrictos cógidos sociales, un baile en el que un vestido se convierte en sinónimo de escándalo y un desdichado final de redención tras un largo camino de pasiones.
Si
«Jezabel» no ha quedado hoy como un melodrama más de los muchos que la Warner estrenó durante aquellos años es por su protagonista y su director. Wyler y Davis desarrollaron una relación (algunos dicen que fue más allá de lo profesional) durante tres películas hasta que el ego de la actriz y su conocida rebeldía (llegó a demandar a su propio jefe, Jack Warner) hicieron que «La Loba» (William Wyler, 1941) fuese su última colaboración. «Jezabel» cuenta la historia de una joven que pierde a su prometido al llevar un vestido rojo al clásico baile del Olimpus (muy popular en la Nueva Orleans de la época) El enfrentamiento rompe el vínculo de la pareja hasta que un año después él (un extraordinario y primerizo Henry Fonda) vuelve a la coidad casado. La decepción de la protagonista ante el nuevo estado civil del hombre que ama la llevará a provocar un duelo entre caballeros con consecuencias trágicas y, finalmente, redimirse gracias a la fiebre amarilla que azotará la ciudad. Lo bueno de un argumento tan telenovelesco es que Wyler lo convierte en un relato complejo y solvente, en el que hay debates sobre la futura ( y aún hipotética) guerra con el Norte, acontecimientos históricos (la fiebre) y el pulso sobre el enfrentamiento político de los detractores y defensores de la esclavitud y modo de vida y tradiciones del Viejo Sur.

Justo en la escena de la cena es donde se nota la pericia técnica del director, su manera de filmar con profundidad de campo (esos candelabros en primer término son un logro de dirección artística impresionante) y desde cualquier ángulo en una comida en la que los dardos envenenados tirados por Davis y Henry Fonda son tan colosalmente malévolos que el espectador no puede evitar saltar de emoción. El uso del travelling inicial para mostrar la ciudad de aquel entonces prolonga todo un festín de recursos técnicos donde destaca un baile filmado desde ángulos imposibles y con la cámara a ras del suelo, un duelo a muerte entre caballeros en el que el fuera de campo nos impide ver quién ha resultado herido o la ya clásica( para Wyler) metáfora de las escaleras en un final en el que la Davis tiene que suplicar a la prometida de Henry Fonda desde los peldaños inferiores y con una resignación opuesta al carácter despechado que hemos visto durante toda la película. La interpretación de Bette Davis, que le hizo ganar su segundo y último (toda una paradoja para una carrera profesional que finalizó prácticamente con la muerte de la actriz) Oscar va desde el capricho, pasando por la maldad más pura, hasta llegar a una culpa y redención finales magnificadas en un plano final que remata todas las referencias bíblicas de la película (desde la plaga que es la fiebre amarilla hasta el propio título del film)

«Jezabel» es hoy una maravilla de la dirección artística y el vestuario, de la música de Max Steiner, un éxito extraordinario de la Warner, que no solía hacer superproducciones lujosas así, y un ejemplo de cómo hacer de un melodrama una auténtica obra maestra cuando todos los elementos del engranaje cumplen a la perfección. Una maravilla irrepetible que valdría la pena solo por la mirada de Bette Davis y que, sin embargo, es un peliculón que en muchos aspectos iguala y supera a la muy parecida «Lo que el viento se llevó».

Serie de escenas que llevan a la más famosa y mítica de la película: la del baile