El Festival de Cine de Málaga ha arrancado hoy con la proyección en sección oficial fuera de concurso con la película El bar, de Álex de la Iglesia, que ya se había proyectado en la Berlinale y que ahora debuta en España.
Álex de la Iglesia está en plena forma. Su sello, para lo mejor y lo no tan bueno, impregna El bar, una comedia negra que bebe de sucesos de actualidad para ironizar sobre nuestra forma de vida y sobre las amenazas que asustan a nuestra sociedad.
Arranca El bar con un extraordinario plano secuencia que sigue a Blanca Suárez por la plaza de Tudescos, a la espalda de la Gran Vía madrileña, por la que se va cruzando con todo tipo de personajes mientras mantiene una alocada y frívola conversación telefónica sobre una cita a ciegas por Internet. Camino del hotel para este encuentro, entra en un bar tan tradicional y casposo como se pueda imaginar. Allí conoce al camarero Secun de la Rosa, la propietaria Terele Pávez, la adicta a las tragaperras Carmen Machi, el hipster Mario Casas, el mendigo Jaime Ordóñez -irreconocible bajo una sensacional caracterización- y los parroquianos del local Joaquín Climent y Alejandro Awada.
Como en la añorada La comunidad, De la Iglesia crea un retablo de personajes fascinante, bien definido, extraordinariamente interpretados, con conflictos interesantes y gran realismo en su caricatura. Y ante ellos ocurre el desastre: un cliente sale del bar y cae abatido por un disparo. La calle se vacía. Otro sale en su auxilio y corre la misma suerte. Ya nadie se atreve a traspasar el umbral. Y a partir de ahí, como en El ángel exterminador, se desengatilla el drama.
Pero lejos de la película de Buñuel, Álex de la Iglesia sigue fiel a su propio mundo, que es el nuestro. La amenaza terrorista, la sospecha del desconocido, el recelo hacia el extranjero, la desconfianza hacia el pobre, la solidaridad impostada… características todas del mundo en el que vivimos se suceden, se entremezclan, nos hacen reír y sufrir.
Si El bar es una película con la indeleble firma de Álex de la Iglesia, no podía escapar a otro de sus rasgos de autoría: la parte final derrapa hacia las alcantarillas -literalmente- donde la aventura y el thriller respiran intactos, pero no tanto la historia y su trasfondo, que luchan por seguir a flote en medio de unos acontecimientos que dan la sensación de tener poco que ver con la propuesta inicial. Aún así, la película aguanta el tipo y se disfruta hasta el final.
Buen arranque para este certamen en un año que promete ser trascendental para su futuro al pasar de escaparate del cine nacional a festival internacional abierto a Latinoamérica. La jugada es interesante, ojalá resulte bien.