Blind Spot deja el cuerpo cortado para poner fin a la competición de San Sebastián 2018. Una adolescente entrena balonmano, vuelve a casa con una amiga, sube, saluda a su madre que está acostando a su hermano pequeño, come algo, garabatea en su diario, llama a su padre, le deja un mensaje cariñoso en el contestador y se tira por la ventana.
Estamos en el minuto 15 de un larguísimo y único plano secuencia de 98 minutos con el que ha debutado como directora la actriz noruega Tuva Novotny. La cinta, obviamente, es extremadamente dolorosa y se centra en la reacción de la madre tras el suceso. El hospital, el enfermero que trata de calmarla, la llegada del padre fuera de sí, la espera…
La decisión de Novotny de rodar un sólo plano en tiempo real -aunque hay dos cámaras que se dan el relevo de forma invisible, está rodado del tirón- es técnicamente deslumbrante y lanza a los actores a un ejercicio extraordinariamente duro, que todos superan con nota, en especial la protagonista, Pia Tjelta.
La ausencia de cortes también pone al espectador ante una dura prueba: los momentos vacíos, esos que en una cinta rodada por planos, ni siquiera se hubieran filmado. Novotny quiere enfrentarnos a esos silencios, que desde luego suponen un desafío y una oportunidad para sus actores, pero resultan anticlimáticos y terminan por remar en contra de la narración.
Y por encima de todo ello planea una cuestión: ¿era todo esto necesario? La película aborda un tema preocupante y tabú como es la enfermedad mental y el suicidio, pero ofrecer al espectador al espectáculo del dolor ajeno sin cortes ni espacios para la intimidad puede resultar excesivo.