‘El reino’: a brochazos con la corrupción

'El Reino'
Drama político
Sorogoyen pasa por encima del reino de la corrupción en una película que se ve a gusto pero no deja poso.
2.5
Entretenida

La muy esperada y muy anunciada El reino, de Rodrigo Sorogoyen es una película larga sobre los esfuerzos de un político corrupto de salvar el culo tras ser imputado por corrupción en una trama sin nombres ni lugares concretos pero que tiene amplias referencias y fuertes resonancias a las descubiertas en el PP en estos últimos años. Un reino de políticos con traje a medida y relojes de lujo que viven a todo trapo y que aderezan sus corruptelas con carabineros y whisky japones, y bautizan a sus barcos como si fueran sus hijos. Un reino en el que el bufón es tan culpable como el rey (y la reina) y toda la familia real.

Pero Sorogoyen, en lugar de urdir una trama de corrupción creíble que se pudiera seguir a lo largo de la película, desecha la minuciosidad de un antecedente tan potente como El hombre de las mil caras y opta por trazar a brocha gorda y esbozar tanto los hechos como las relaciones entre los amigos. Se limita a dejar claro, eso sí, que para las buenas son los mejores colegas pero que para las malas es un «sálvese quien pueda» en el que nadie se puede fiar de nadie.

El último, en este caso, es Manuel López-Vidal, de apellido compuesto y con guión, un personaje a la medida de Antonio de la Torre que le coge rápidamente el punto gracias a su contenida interpretación. El elenco está bien, en general, aunque hay demasiados personajes anecdóticos y ninguno tiene un desarrollo especialmente memorable salvo los de Inés (con una estupenda Mónica López), la esposa de López-Vidal que, lejos de quedar como la mosquita muerta que no sabe nada, se implica en ayudar a su marido hasta casi el final (una pena que Sorogoyen no sepa qué hacer con el personaje) y Cabrera, un Luis Zahera que huele a escritura ex-profeso para nominación como secundario en los premios cinematográficos.

Y sin duda lo peor de la película es toda la referencia a los medios que culmina con una escena final muy fallida en forma y fondo, capitaneada por una Bárbara Lennie que no acaba de pillar el punto ni a su personaje ni al modo de hablar de la periodista de raza que quiere incorporar, ni de cómo se conduce un programa de televisión. Y es una lástima que todo el esfuerzo empleado en esta película a todos los niveles quede como retrato (entretenido, eso sí) de un pícaro cuando le vienen mal dadas las cosas.