Si ayer veíamos en Pacificado a una adolescente que se refugiaba en su padre recién salido de la cárcel para salir adelante, en la película española La hija de un ladrón, de la primeriza y prometedora Belén Funes, la historia va en sentido contrario. Sara es una joven madre soltera que trabaja en lo que puede y vive en un piso de acogida temporal y cuyo hermano de unos siete años vive en un centro de acogida mientras su padre está en la cárcel. Cuando éste sale, Sara intentará infructuosamente acercarse a él, por lo que decide enfrentársele en los tribunales por la custodia del hermano. Con estos mimbres Funes construye una película sobria, incluso áspera, sobre las relaciones paterno-filiales y la lucha por la supervivencia en una ciudad inclemente con los más desfavorecidos. Evitando en todo momento la crítica social (no hay rechazo a la gestión por parte de las instituciones, en las que encuentra apoyo, y además tiene vecinos y amigos que la ayudan en lo que pueden) en la aspereza encuentra el tono exacto para evitar el desgarro y la alivia con momentos escasos de ternura. Sara es sobre todo una persona que busca el amor como forma de evitar la soledad, una soledad que la ha acompañado toda la vida.
Y el rostro de Sara es el de Greta Fernández, que se revela, en su primer gran papel protagonista, como digna hija de su padre. La cámara, que no se separa de ella en ningún momento y la vigila desde todos los ángulos, resalta a una actriz madura y con recursos para el drama, pero con la frescura suficiente como para meter inocencia y alegría contenida en los momentos adecuados. El padre, Eduard Fernández, no necesita grandes escenas para demostrar nuevamente que es uno de los mejores actores de la actualidad y que, desde luego, no hay papel pequeño. En resumen, La hija de un ladrón es una de esas películas que denominamos pequeñas pero que crecen gracias a su tono certero y a unas frases que resuenan en la cabeza mucho después de abandonar la sala.
Sin dejar de movernos en el terreno de los dramas familiares, Patrick, del director y actor Gonçalo Waddington, es la representante portuguesa de la Sección Oficial. Un joven problemático y violento que se dedica a ir de fiesta y a grabar vídeos de violaciones y subirlos a internet esconde un drama personal: de pequeño fue secuestrado en su Portugal natal y supuestamente vendido a un pederastra belga. La policía, que ve en él criminal y víctima, lo devuelve a su madre, que vive en una aldea del interior de Portugal, lejos de la vida frenética y de la delincuencia. Pero en lugar de reencontrarse con su hogar y con su infancia perdida, sólo obtiene la frialdad de una madre enferma que prefiere refugiarse en las fotos de su hijo desaparecido. Y esto extremará sus reacciones y le llevará a cometer crímenes mayores. Lastrada por planos excesivamente largos y contemplativos que no favorecen para nada el relato, la virtud principal de la película es un punto de vista sobre este tipo de hechos trágicos que se aleja del tópico.