En la primera escena de Moonlight, Mahershala Ali sale de un coche y se dirige a la acera donde uno de sus lacayos está discutiendo con un cliente sobre la imposibilidad de darle droga gratis. Entonces la cámara se acerca, al mismo tiempo que Ali, y comienza a hacer un travelling circular desplazándose alrededor de los tres personajes. Este alarde técnico nos permite ver la escena desde distintos puntos, y se supone que también le debe dar un valor narrativo a la secuencia, un plus… Pero no. Ese travelling no aporta absolutamente nada. La forma es importante pero tiene que implicar al fondo. Pensad por un momento que esta escena no tiene el travelling, que está rodada de manera más convencional plantando la cámara delante de los tres personajes para simplemente recoger su diálogo y sus expresiones corporales. ¿Cuál sería el resultado? El mismo.
Efectivamente, Barry Jenkins tiene el enorme talento, muy valorado entre los Académicos si nos fijamos en las películas y los directores ganadores de los Oscar en los últimos años, de no decir nada pero al mismo tiempo aparentar un fuerte discurso.
Moonlight es una bellísima película con una magnífica fotografía y luego está esa elegancia con la que Jenkins retrata la confusión de su protagonista… Pero el director se gusta demasiado, quiere que sepamos en todo momento de lo que es capaz y le da igual si aporta o no un valor a la historia. ¿Qué nos dice con la cámara en mano? ¿Qué nos dice con ese plano cenital? Cuando la mayoría de la técnica está vacía de significado corremos el peligro de olvidar que el cine es un arte audiovisual donde las imágenes son herramientas narrativas, no (o al menos no solo) ejercicios de estilismo.
Vamos a los Oscar 2015
Aquel año hubo dos películas favoritas para llevarse el premio gordo a casa. Una era un alarde técnico abrumador de Alejandro González Iñárritu, se titulaba Birdman, la otra era otro alarde pero no técnico, sino narrativo. Una auténtica revolución cinematográfica que no tenía nada que ver con la estética sino con el lenguaje, con el paso del tiempo, con el uso del cine para contar la vida, que no sé yo si hay algo más grande que eso. Se titula Boyhood y la dirige Richard Linklater. Pero ¿quién se llevó el Oscar a mejor director? ¿Y a mejor película? Fue Birdman.
La película de Iñarritu retrata la crisis existencial de un actor olvidado que en su día interpretó a un superhéroe y ahora vive de las rentas intentando triunfar en Broadway. Todo está contado en plano secuencia, no hay ni un solo descanso para el espectador, es abrumador, puro éxtasis cinematográfico y sin embargo, la historia funcionaría exactamente de la misma forma sin esa ostentación técnica. Es más, si al menos el plano secuencia fuera real habría un valor añadido y se podría reconocer que el director lo hacía para provocar en el espectador la sensación de una obra viva, un ejercicio de acercar el cine al teatro como nunca… Pero no, encima es un plano secuencia falseado.
Boyhood es la historia de un niño que se convierte en un adolescente que después se convierte en un adulto. El hallazgo de Richard Linklater es más bien una búsqueda. La búsqueda de retratar el paso del tiempo. Si lo consigue o no depende de cada espectador pero su forma de intentarlo es la de un verdadero genio. Linklater rodó esta película durante 12 años, acumulando momentos de vida en los que no pasa demasiado lo que al final conforma el 90% de nuestro tiempo. Lo hizo con actores que fueron evolucionando como personas al mismo tiempo que sus personajes. Un ejercicio tan bestial que muchos críticos compararon con el impacto de las primeras películas de los hermanos Lumiere. Y Linklater no hace grandes hallazgos técnicos, la cámara se mueve despacio como el tiempo que perdemos, que se nos va y que queremos recuperar cuando ya es imposible. Boyhood es sin duda una película mucho más relevante y mucho más difícil que Birdman.
Pero no contentos en la Academia con esto, el año siguiente, en los Oscar de 2016 le volvieron a dar el Oscar a Iñárritu por dirigir El renacido, en la que, por supuesto, vuelve a dar una lección en su manejo de la técnica cinematográfica apabullando al espectador con planos imposibles, secuencias mareantes, contrapicados surrealistas… ¿Para qué? Para que su película sea el Infierno Blanco de Liam Neeson pero mucho más aburrida.
Y este es, precisamente, el talento de no contar nada y aparentar lo contrario.
Ahora vamos a repasar algunos momentos cinematográficos donde el alarde técnico existe (cunado lo hay) para y por la historia que se está contando.
Vamos con un ejemplo de Alfred Hitchcock, uno de los más famosos y reconocidos. Vértigo, James Stewart está subiendo al campanario para impedir que la mujer que ama se suicide. Sin embargo, no puede, tiene vértigo y cuando mira hacia abajo la realidad se retuerce en un efecto mareante. Hitchocok utiliza un dolly zoom, una técnica cinematográfica que se basa en combinar un zoom hacia delante con un travelling hacia atrás o viceversa. Y lo repite en varias escenas para que quede constancia de lo que siente el personaje cuando está en las alturas. Evidentemente esto se convirtió en una escena clásica del cine, no hubiera sido así si no significara nada, sin embargo lo es todo. Sin ese truco de cámara Vértigo no sería Vértigo.
Y terminamos con un plano secuencia de un director mexicano que no es Iñárritu.
Alfonso Cuarón demostró en Gravity que los planos secuencias no son solo una demostración de virtuosismo, también cuentan cosas o transmiten sensaciones potentísimas. Los primeros 20 minutos de la película de Cuarón son plano secuencia. En él se presentan a los personajes protagonistas y comienza la tormenta de fragmentos de estación espacial que provocará la personal odisea de Sandra Bullock solísima en el universo a un pasito de casa. ¿Y por qué plano secuencia? Porque Cuarón necesita mimetizar a los personajes con el entorno, sino la película carecería de sentido y porque necesario plasmar la tensión dramática que significa estar en medio del cosmos.
A partir de ahora cada vez que veas una película podrás distinguir si su director es de los que usan sus habilidades para medir la envergadura de su propio talento o de los que utilizan su talento para agrandar un arte, en este caso, el cinematográfico.